viernes, 10 de abril de 2015

Cinismo y resentimiento en política

Las diversas influencias sociales, favorecidas por los medios masivos de comunicación, establecen conductas predominantes que surgen de los individuos más influyentes y van luego al resto de la sociedad. Con el tiempo, se alcanza cierta uniformidad tanto en el comportamiento como en las ideas dominantes, de la misma manera en que los objetos mantenidos en una misma habitación adquieren una misma temperatura. Existe, desde luego, un sector de la sociedad que se mantiene alejado de la influencia social, en especial cuando se trata de una influencia negativa.

Podemos decir que la persona normal es la que adopta una escala de valores predominantemente cooperativa, y es la que se interesa por el resto de la sociedad. De alguna manera tiene en cuenta las leyes básicas de la ética natural, ya sea porque tiene algún vínculo con la religión o bien por heredar una sana costumbre imperante en su propio hogar. Ante el reconocimiento generalizado de que la persona normal adquiere un aceptable grado de felicidad, parte de la sociedad finge adoptar sus valores, reconociendo las leyes básicas de la ética tanto como sus consecuencias, pero sin acatarlas en toda su amplitud. Este es el caso de la persona hipócrita; es la que finge ser una persona íntegra, pero cuyos sentimientos sociales no siguen lo que le indica su razonamiento egoísta.

La actitud del hipócrita, por la cual dice una cosa y siente y hace otra distinta, genera cierto rechazo social, especialmente en el caso de quienes trascienden el comportamiento individual hasta tener cierta influencia pública, por cuanto inspiran confianza y credibilidad que luego se pierde cuando algún detalle o hecho desmiente la imagen que se pretendió transmitir. El que descubre al hipócrita, se siente estafado por el hecho de haber creído por un tiempo en la sinceridad de sus palabras.

En contraposición al hipócrita, aparece la “nueva sinceridad”, no de alguien que dice siempre la verdad, sino de quien, además de mentir, se jacta de desconocer o de no respetar las más elementales normas de convivencia social, y este es el caso del cínico. No existe, por supuesto, el hipócrita o el cínico en estado de “pureza actitudinal” ya que generalmente se produce una mezcla de ambas actitudes. En cuanto a la palabra “cínico”, encontramos como sinónimos: descarado, desfachatado, desvergonzado, insolente, procaz, impúdico.

Quien haya desempeñado algún cargo docente en escuelas secundarias argentinas, durante los últimos años, habrá advertido el serio retroceso moral que se ha producido en el alumnado respecto de años anteriores. Tal persona creerá vivir una pesadilla cuando observa, en quienes ocupan los más altos cargos del gobierno nacional, la ausencia de los valores morales que trató de inculcar a sus alumnos y la vigencia de la mayor parte de los defectos personales que por años trató de erradicar. Los políticos a cargo del Estado han pasado a ser un mal ejemplo para la juventud.

Un caso frecuente es el del alumno que, al descubrírsele un “ayuda memoria” durante un examen, destruye la “prueba del delito” y de inmediato niega el hecho, como si el docente estuviese equivocado en su apreciación (incluso sospechado de no poseer las normales aptitudes mentales que se espera de un docente). Cuando le sucede por primera vez, se siente desconcertado por cuanto nunca esperaba tanta deshonestidad. Pero la sorpresa ha de ser mucho mayor cuando la negación de la realidad y de lo evidente forma parte de los cotidianos mensajes emitidos desde el alto mando presidencial, tales como “no existe inflación” o “no existe inseguridad”.

Por lo general, cuando un alumno es reprendido por haber cometido algún acto de indisciplina, es común escucharle decir, como defensa, que otro acto similar fue cometido por otros alumnos y que no fueron reprendidos ni sancionados. Luego, piensa que su acción es legítima y que el docente no tiene derechos a reclamar (por el contrario, supone que debería acostumbrarse a tales hechos). Esta es también la actitud del delincuente que participa en algún saqueo masivo contra comercios y se siente inocente por cuanto “muchos hicieron lo mismo”. De ahí que, piensa, los delitos cometidos en conjunto dejan de serlo. Luego, las victimas de la delincuencia deben quedarse callados y sin ningún derecho a la protesta.

Esta actitud parece haber sido adoptada por las autoridades del gobierno cuando, en lugar de dar explicaciones razonables ante las críticas recibidas por establecer monopolios estatales en base a expropiaciones, por ejemplo, contestan que en tal país (admirado aparentemente por los que critican) se estableció un monopolio similar y, por lo tanto, no tienen ningún derecho a protestar. Es decir, en este caso no niegan los hechos, sino que los justifican. Además, el gobierno critica severamente a los monopolios privados, como es el caso de los medios masivos de comunicación en manos del “enemigo”, pero va formando otros monopolios de medios pero esta vez en manos de empresarios “amigos” y del propio Estado bajo su mando. Esto significa que considera que un mismo hecho no resulta ser bueno o malo por los resultados que produce, sino que esa valoración depende de quien sea su autor.

El gobierno “nacional y popular” basa sus acciones en los ataques permanentes a las “corporaciones” y a los grupos empresarios “enemigos” debido a su posible influencia y poder, mientras que establece vínculos con corporaciones y grupos empresarios “amigos” para promover un poder mayor aún, lo que resulta ser un engaño evidente al ciudadano común que espera que su gobierno se preocupe por sus problemas reales en lugar de indicarle casi diariamente a quien debe odiar. Incluso olvida decir que, al promover expropiaciones, ahuyenta capitales al exterior, favoreciendo al “imperialismo enemigo” e impidiendo que el propio país llegue al desarrollo económico. Se dice una cosa, y se hace otra que produce resultados totalmente opuestos.

Si el cinismo fuese una cuestión que afecta sólo al reducido grupo de políticos que intentan controlar al país en una forma absoluta e indefinida, no seria un síntoma de decadencia tan grave por cuanto cabría esperar un lapso relativamente breve para que el propio pueblo les retirara su apoyo. Pero la gravedad de la crisis radica en que un importante sector de la población acepta las mentiras y la corrupción tanto como los serios deterioros a la economía y a las instituciones públicas con toda naturalidad, por cuanto adhiere ideológicamente a la postura del gobierno.

En el origen de las actitudes cínicas encontramos una tendencia esencialmente antisocial, cuyas causas diferirán en cada caso. El cinismo viene asociado al resentimiento social, que caracteriza a muchos adherentes de la izquierda política. En ellos también se observa la ironía, la burla, el odio y la venganza, entre otras actitudes y “cualidades” del individuo. La palabra resentimiento puede interpretarse como un sentimiento reiterado y repetido, por lo que resulta ser una actitud premeditada antes que espontánea. Max Scheler escribió:

“El resentimiento es una autointoxicación psíquica, con causas y consecuencias bien definidas. Es una actitud psíquica permanente, que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos, los cuales son en sí mismos normales y pertenecen al fondo de la naturaleza humana; tiene por consecuencia ciertas propensiones permanentes a determinadas clases de engaños valorativos y juicios de valor correspondientes. Las emociones y afectos que debemos considerar en primer término son: el sentimiento y el impulso de venganza, el odio, la maldad, la envidia, la ojeriza, la perfidia”. “El punto de partida más importante en la formación del resentimiento es el impulso de venganza. Ya la palabra «resentimiento» indica, como se ha dicho, que las emociones aquí referidas son emociones basadas en la previa aprehensión de los sentimientos ajenos; esto es, en efecto, el impulso de venganza, a diferencia de los impulsos activos y agresivos, de dirección amistosa u hostil” (De “El resentimiento en la moral”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1938).

Cuando el educador recomienda no odiar al prójimo, no solamente piensa en el prójimo sino, sobre todo, en el que odia, por cuanto ha de inflingirse un autocastigo cercano, inmediato y permanente. Emilio Mira y López escribió: “Max Scheler ha sido quien con mayor clarividencia ha analizado este complejo y deletéreo estado anímico, en el que muchas personas se resecan y carcomen, en una tortura peor que la más infernal de las imaginadas venganzas. Pone de manifiesto ese gran pensador que se requieren tres condiciones para que el odio engendre el resentimiento. 1- Que se haya alimentado una probabilidad de triunfo sobre lo odiado, 2- Que ésta se haya perdido por falta de coraje, 3- Que el sujeto, que siente una sed sin esperanza de venganza, perciba su inferioridad y no se conforme con ella, odiándose tanto o más de lo que primitivamente se odió”.

En cuanto a la ironía, Mira y López escribió: “Entre la ira y la iro-nía hay mucho más que una semejanza fónica; hay una identidad substancial. Todo ironista es un iracundo que no osa abiertamente su descontento y recurre a la máscara de un falso humorismo. Analizando la ironía se ve que contiene un fondo sádico y perverso, que la torna aun más desagradable que la agresión directa, mediante el insulto o la critica franca. El irónico trata, en el mismo acto, de humillar –mediante la burla- a su adversario y de mostrar su superioridad intelectual ante él; mas esto lo hace de un modo cobarde, es decir, ocultando directamente su ofensa, de modo que ésta sea, a veces, más percibida por los circunstantes o interlocutores que por el propio interesado. Esta cobardía es la que explica que la ironía se ejerza también, especialmente, en ausencia del objeto o tomando objetos abstractos, es decir, que no pueden replicar físicamente” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1957).

También el resentido social muestra una actitud de soberbia, respecto de la cual el citado autor escribe: “Hay quien la confunde con el «orgullo», mas es, en realidad, distinta de él. Es, casi puede decirse, su «bastarda imitación exhibicionista». En efecto, mientras el auténtico orgulloso –autosatisfecho- trata de disimular ese defecto, el soberbio lo escupe ante quien lo contempla: en su voz ahuecada, en sus gestos y ademanes altaneros, en su porte un tanto provocativo y en su actitud despectiva, se manifiesta esta constante agresión previa al ambiente. Cuando se rinde pleitesía al soberbio no nos agradece la sumisión, como hace el vanidoso, pues aquél está seguro de su valor y su poder, en tanto éste, en su intimidad, sabe que solamente es capaz de representarlo”. “La soberbia es, pues, un «corsé» psíquico; dentro de él, en realidad, se debate un alma insatisfecha que a fuerza de engañarse llegó a creerse valiosa, pero que se siente vulnerable y rodeada de «envidiosos», que solamente existen en su imaginación”.

El resentimiento social está asociado, necesariamente, a cierto deseo de venganza contra la sociedad. Luego, como ser patriota implica amar a la sociedad, y no a un territorio, el resentido no ha de ser precisamente un patriota, sino todo lo contrario.

Anarquismo

No nos cuesta mucho imaginar una sociedad en la que los hombres participan cooperativamente estando exentos de todo tipo de egoísmo, envidia o negligencia. En ese caso hipotético, no habría más guerras, ni ejércitos. No habría necesidad de cárceles, ni de castigos, ni jueces, por cuanto sus tareas de sanción, prevención y corrección no serian necesarias. Por el contrario, si se eliminan las fuerzas coactivas del Estado, bajo la presencia de seres humanos normales, con virtudes y defectos, el caos sería la consecuencia inmediata. Jacques-Pierre Bissot expresó: “Anarquía son las leyes que no se cumplen, autoridad sin fuerza, crimen sin castigo. Y propiedad saqueada, seguridad personal expuesta a violaciones, corrupción moral. Además el Estado sin Constitución, sin gobierno, sin justicia…” (Citado en “Breve Historia del Pensamiento Social” de J. L. Nilsson-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1988).

La tendencia política del anarquismo resulta ser una utopía por cuanto sólo podría ser aplicable con éxito a seres humanos que carezcan de defectos y de limitaciones. De ahí que pueda considerarse como una tendencia a la que nos aproximamos a medida que el hombre va reduciendo sus defectos, tendencia de la cual tampoco podemos estar seguros de transitar. Podemos decir que los hombres seremos buenos cuando alguien nos convenza de que el único camino hacia la felicidad reside en adoptar una actitud cooperativa hacia los demás seres humanos, situación hasta ahora parcialmente aceptada, siendo poco probable su generalización para el futuro, aunque no imposible. Bert F. Hoselitz escribió:

“El anarquismo filosófico es una doctrina muy antigua. Nos sentimos tentados a decir que tan antigua como la idea de gobierno, pero faltan pruebas seguras en apoyo de dicho aserto. No obstante, poseemos textos con más de 2.000 años de antigüedad que no sólo describen una sociedad humana sin gobierno, fuerza y ley restrictiva, sino que consideran este estado de las relaciones sociales como el ideal de sociedad. En bellas y utópicas palabras, Ovidio nos proporciona una descripción de la utopía anarquista. En el primer libro de su «Metamorfosis» describe una edad de oro donde no había ley y todos mantenían su lealtad y realizaban lo justo sin necesidad de compulsión alguna. Allí no había miedo al castigo, ni sanciones legales grabadas sobre tablillas de bronce, ni ninguna masa de suplicantes miraba llena de espanto a su vengador, porque sin jueces todos vivían en seguridad. La única diferencia entre la visión del poeta romano y la idea de los anarquistas filosóficos modernos es que el primero situó la edad de oro al comienzo de la historia humana, mientras que estos últimos la sitúan al final” (Del prefacio de “Escritos de Filosofía Política (I)” de Mijail A. Bakunin-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1997).

Mientras que las ideas anarquistas no fuesen más que propuestas teóricas de un mundo ideal que con el tiempo habría de llegar, no entrañan peligro alguno para la sociedad. Las cosas serán distintas cuando surja una orientación precisa para establecer una sociedad irrealizable mediante métodos violentos; tal el caso del autor intelectual de varios atentados y asesinatos cometidos por sus seguidores, el ruso Mijail A. Bakunin (1814-1876). Al respecto, Walter Theimer escribió:

“Los grupos anarquistas que siguieron actuando dentro del espíritu de Bakunin hicieron hablar mucho de sí en las dos décadas siguientes, sobre todo a causa de los asesinatos políticos que cometieron en diversos países y en nombre de la «propaganda de la acción» preconizada por Neschaev, colaborador de Bakunin. Fueron anarquistas los que asesinaron al zar Alejandro II de Rusia, al rey Humberto I de Italia, a la emperatriz Isabel de Austria, al presidente francés Carnot y al presidente norteamericano MacKinley”. “Aun hoy, todo el que pretende desembarcar en los EEUU, tiene que firmar una declaración de que no es adherente del anarquismo” (Del “Diccionario de Política Mundial”-Miguel A. Collia Editor-Buenos Aires 1958).

La actitud anarquista surge de la esencial desconfianza hacia el ser humano cuando éste detenta una postura de mando, o de superioridad, respecto de otros. Sin embargo, tal desconfianza se reduce drásticamente cuando confía en el hombre que actúa en completa libertad, lo que puede resultar algo contradictorio. Walter Montenegro escribió al respecto:

“Los gobernantes tienden, inevitablemente, a abusar del poder para su beneficio egoísta. Esto acaba por determinar la formación de grupos y clases que, al amparo del gobierno, y por medio de él, explotan a los demás, creando un completo sistema de privilegios excluyentes. Los gobernados, por su parte, se ven obligados a defenderse. Y, mientras los gobernantes apelan a la fuerza y al fraude (justificado por las leyes que ellos mismos dictan) para mantener su situación de preeminencia, los otros recurren también a cualquier expediente (la violencia, el engaño, el servilismo) para defenderse del ataque continuo y sistemático de que son objeto. Si se produce un cambio de posiciones, los últimos harán lo mismo que hicieron los primeros, y así sucesivamente. Por consiguiente, es preciso eliminar la fuente de estos males reemplazando al Estado, cuya expresión autoritaria es el gobierno, por pequeñas comunidades en las que quede suprimida toda forma de coacción y los intereses colectivos sean resueltos por acuerdo voluntario” (De “Introducción a las doctrinas político-económicas”-Fondo de Cultura Económica-Bogotá 1956).

Entre las distintas posturas anarquistas encontramos las que se identifican parcialmente con el liberalismo extremo, y otras que se identifican con el socialismo, por cuanto promueven incluso la eliminación de la propiedad privada. En este caso surge la pregunta, ¿si no existe propiedad privada, ni tampoco estatal, a quien pertenece? Walter Montenegro agrega: “Pierre Joseph Proudhon dio mayor consistencia a estas teorías a principios del siglo XIX, frente a los problemas planteados por la Revolución Industrial, y es autor de dos frases célebres: «El gobierno es la maldición de Dios» y «La propiedad es un robo»”.

El socialismo marxista desconfía del poder estatal en manos de una clase social (la burguesía) pero confía cuando ese poder esté en manos de otra clase social (el proletariado). Incluso sostiene que, luego de la “dictadura del proletariado” el Estado tenderá a disolverse, coincidiendo con el deseo anarquista. El marxismo adopta una postura incomprensible por cuanto cree en la maldad natural de un sector de hombres y en la bondad natural de otro, luego promueve una dictadura de “los buenos” para que, por arte de magia, se disuelva en una anarquía, lo que nunca podrá ocurrir debido a la falsedad del aserto inicial.

Los detractores del liberalismo tratan de identificarlo con el anarquismo por cuanto, se aduce, ambos “promueven la eliminación del Estado”. Esta expresión poco tiene que ver con la realidad por cuanto el liberalismo, en su aspecto político, promueve la división de poderes en el Estado para evitar excesos y abusos por parte de quienes lo dirigen. En el aspecto económico, promueve la vigencia del mercado para que, mediante la competencia, se impidan los excesos y abusos por parte de productores y empresarios. Luego, promueve la no intervención estatal en la economía cuando tal intervención distorsiona el proceso del mercado. Incluso la considera necesaria en aspectos de la sociedad tales como justicia, educación, salud, etc. También acepta su intervención en la economía cuando las empresas estatales se ajustan al mecanismo del mercado. De ahí que resulta sorprendente que en uno de los mejores Diccionarios de Filosofía, tal el realizado por José Ferrater Mora (Editorial Ariel SA-Barcelona 1994), cuando se busca la palabra “Liberalismo” es dirigido hacia la palabra “Anarquismo”, como si se tratara de tendencias similares.

Las posturas políticas están relacionadas con la confianza, o la desconfianza, que se tenga hacia el ser humano en sociedad, siendo sus sugerencias derivadas del optimismo, del pesimismo o del realismo que adopten al respecto. Mientras que el anarquismo como el marxismo son optimistas y pesimistas en forma parcial, el liberalismo puede considerarse como la postura realista que adopta como punto de partida el hecho de que el hombre presenta virtudes y defectos y que, por lo tanto, debe tener libertad, pero limitada dentro del Estado, de la economía y de la sociedad en general, no sólo por normas éticas sino también por las propias leyes que derivan del derecho. De ahí que podamos hacer el siguiente resumen:

a) Anarquismo: el hombre es malo en el Estado pero bueno fuera de él
b) Marxismo: el hombre es bueno o malo según la clase social a la que pertenezca
c) Liberalismo: todos los hombres tienen aspectos personales buenos y malos

A partir del conocimiento aportado por la ciencia experimental, podemos afirmar que la postura básica de la ciencia resulta compartida por varias tendencias filosóficas, políticas y religiosas, aunque generalmente sólo en el punto de partida, de lo contrario existiría un total acuerdo entre todos los sectores del pensamiento. Las conclusiones a las que se hace referencia son:

1- Todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, por lo que existe cierto orden natural.
2- El hombre debe describirlas para adaptarse a dicho orden y ser gobernado por tales leyes.

El Reino de Dios bíblico puede interpretarse como el gobierno de Dios sobre el hombre a través de las leyes de Dios, o naturales, mientras que el liberalismo trata de acatar las leyes descriptas por las ciencias sociales y que rigen el comportamiento del hombre en sociedad. El marxismo, pretendiendo seguir esta tendencia, y al establecer una ley básica de dudosa validez, la lucha entre clases sociales (vigente antes de la aparición del capitalismo), termina diseñando una sociedad artificial (similar a un hormiguero) a la cual debería adaptarse todo hombre, lo que resulta completamente absurdo.

A la buena predisposición intelectual no siempre le sigue una buena predisposición emotiva, como fue el caso de Mijail A. Bakunin, quien escribió: “¿Consiste la libertad del hombre en una rebelión contra todas las leyes? Diremos No, en tanto que esas leyes sean naturales, económicas y sociales; no impuestas autoritariamente, sino inmanentes a las cosas, las relaciones y las situaciones cuyo desarrollo natural es expresado por esas leyes. Diremos Sí cuando son leyes políticas y jurídicas, impuestas por el hombre sobre el hombre: sea violentamente por el derecho de la fuerza; sea por el engaño y la hipocresía, en nombre de la religión o de cualquier doctrina; o, finalmente, por la fuerza de la ficción, de la mentira democrática llamada sufragio universal”. “Este es, entonces, el único significado racional de la palabra libertad: dominio sobre las cosas externas, basado en la respetuosa observancia de las leyes de la Naturaleza; es la independencia de las exigencias pretenciosas y los actos despóticos de los hombres; es la ciencia, el trabajo, la rebelión política y, finalmente, la organización a la vez planeada y libre del medio social acorde con las leyes naturales inmanentes a cada sociedad humana”.

Equilibrio entre deberes y derechos

Cuando existen individuos que sólo tienen deberes, y ningún derecho, pensamos en hombres que viven en la condición de siervos o esclavos, mientras que, si se trata de individuos que sólo tienen derechos, y ningún deber, pensamos que se trata de hombres en la condición de tiranos. Surge de inmediato la idea de que el término medio, es decir, la posesión equilibrada tanto de derechos como de deberes, resulta ser la condición óptima para los seres humanos. Mientras que la injusticia existente puede contemplarse desde la perspectiva del desequilibrio entre deberes y derechos, la justicia deberá provenir de su equilibrio. La injusticia provoca conflictos mientras que la justicia asegura la paz.

Este equilibrio anhelado entre deberes y derechos se da principalmente cuando existe un deber asociado a cada derecho, y un derecho asociado a cada deber, siendo pares indisolubles que garantizan la estabilidad del orden social. Por lo general, nuestros derechos serán satisfechos por los deberes de los demás, mientras que nuestros deberes constituirán los derechos requeridos por los demás. De ahí, que desde el punto de vista personal, debe recaer la atención en nuestros deberes, de tal manera que nuestros derechos se cumplirán por añadidura si en los demás se establece la misma prioridad. El cumplimiento de deberes es accesible a nuestras decisiones; mientras que el de nuestros derechos no lo es. Simone Weil escribió:

“La noción de obligación prima sobre la de derecho, que le es subordinada y relativa. Un derecho no es eficaz por sí mismo, sino únicamente por la obligación a que corresponde; el cumplimiento efectivo de un derecho proviene no de quien lo posee, sino de los otros hombres que se reconocen obligados hacia él. La obligación es eficaz desde que es reconocida. Una obligación que no fuera reconocida por nadie, no perdería nada de la plenitud de su ser. Un derecho que no es reconocido por nadie no es gran cosa”.

“No tiene sentido decir que los hombres poseen por una parte derechos y por otra deberes. Estas palabras expresan diferentes puntos de vista. Su relación es la de objeto y sujeto. Un hombre considerado en sí mismo sólo tiene deberes, entre los que se cuentan ciertos deberes para consigo mismo. Los otros, considerados desde su punto de vista, sólo tienen derechos. A su vez tiene derechos cuando es considerado desde el punto de vista de los otros, que reconocen sus obligaciones para con él. Un hombre que estuviera solo en el universo no tendría ningún derecho, pero tendría obligaciones” (De “Raíces del existir”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2000).

Por lo general se establecen declaraciones sobre los derechos del hombre, aunque en realidad deberían aparecer declaraciones sobre sus deberes. Recordemos que los mandamientos bíblicos son en realidad conjuntos de deberes exigidos a cada uno para que, de esa manera, los derechos básicos tiendan a cumplirse con eficacia. Maria Eugenia Valentié escribió: “Simone Weil sustituye las declaraciones de derechos por una declaración de deberes. Los derechos dependen de las circunstancias políticas: en tal o cual época histórica, en tal o cual comunidad, se reconocen al hombre tales o cuales derechos. Si estos derechos no son reconocidos, no podemos decir que existen. Pero independientemente de todas las circunstancias espacio-temporales, el hombre tiene necesidades, y esas necesidades crean obligaciones, las mismas en todos los tiempos, aunque las acciones para cumplirlas varían” (Del prólogo de las “Raíces del existir”).

El mérito de cumplir con un deber equivale al mérito de responder a las demandas o a las necesidades o a los derechos de los demás. De ahí que sea meritorio beneficiar a los demás, a través de cierto esfuerzo, especialmente cuando uno es egoísta o cuando tiene pocas aptitudes para compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes. Por el contrario, para quienes tengan esas aptitudes, cumplir con sus deberes no implica sacrificio ni mérito alguno, ya que es la forma de vida corriente de la persona que ha encontrado el camino de la felicidad.

En la actualidad es muy común observar protestas laborales, o de otro tipo, por las que se reclama el cumplimiento de derechos no satisfechos, aunque pocas veces se pone de manifiesto el previo cumplimiento de los deberes en forma adecuada. En el Japón, en cambio, ocurren casos como el de los trabajadores de una empresa que prometen, primero, elevar la producción en un determinado porcentaje para luego preguntar al empresario: ¿Qué ofrece usted a cambio?.

En las sociedades en decadencia, el individuo adopta una actitud estricta frente a la sociedad, ya que exige que los demás cumplan con sus deberes, mientras que él mismo ignora los propios. Lo hace para sentirse beneficiado sin otorgar beneficio alguno a los demás. Este comportamiento no es un efecto de tal decadencia, sino una de sus causas principales. José Ortega y Gasset escribió:

“Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meros ´idola fori´; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que sólo tiene derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga –sine nobilitate-, snob”. “Por esta razón es hostil al liberalismo, con una hostilidad que se parece a la del sordo hacia la palabra. La libertad ha significado siempre en Europa franquía para ser el que auténticamente somos. Se comprende que aspire a prescindir de ella quien sabe que no tiene auténtico quehacer” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).

También la denominada posmodernidad presenta, como característica esencial del individuo típico, el desconocimiento de los deberes mínimos que todo hombre habría de ofrecer al resto de la sociedad. Armando Roa escribe al respecto: “Una actitud que asombra y que sin embargo aparece natural, es una especie de paso desde la ética de los deberes a la ética de los derechos en los últimos veinte años. La ética siempre fue una disciplina ocupada del deber ser, o sea, la que discernía entre lo que se quiere y se puede hacer, y a su vez, lo que cabe hacer sin evadirse de lo correcto”.

“Al decir de G. Lipovetsky, que ha tratado esto con detalle, estaríamos en los tiempos de la ética del posdeber. En efecto, en todas partes se habla de derechos humanos, derecho al manejo del propio cuerpo, derecho a gozar de la individualidad sexual que se posee, sea homo o heterosexual, derecho a crear vida humana por vías artificiales, derechos a disponer de los órganos del cadáver, etc. Se reclama si se vulnera el más pequeños de los derechos, y de hecho suena mal hacerle presente a alguien sus deberes. Se podría pensar que todo derecho involucra un deber, pero la posmodernidad maximiza los derechos y en cambio tiene una mirada benévola, comprensiva, silenciosa, para las evasiones de deberes. Parece curioso sin embargo que la situación engendrada por este paso a la ética del posdeber, no haya provocado un caos en la vida social, como sería lo esperado; da la impresión de que una especie de percepción sutil ha detenido esta corriente antes de extremarse, lo que haría pensar que la ética de los deberes, tan debilitada, aun sin nombrársela y desde la sombra, siguiera, pese a todo, conteniendo los desbordes de los derechos dentro de limites aun tolerables”.

“Esta etapa en que nos encontraríamos es la que algunos autores llaman la etapa de la eticidad sin moralidad, en la cual se dejaría de lado la discusión de los grandes principios en que se fundamenta una moral, y se llegaría a un acuerdo en la regulación de las costumbres y también de las acciones profesionales, como las médicas por ejemplo, a base más bien de un mero consenso; a esto se lo llama eticidad” (De “Modernidad y posmodernidad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1995).

La ética tradicional, o de los deberes, puede ampliarse desde la esfera individual a la social, mientras que la ética fragmentada de los derechos se centra en el individuo e impide su expansión hacia lo social. El mandamiento cristiano que nos ordena compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes como si fuesen propias lleva implícita la ética del deber asumiendo que el respeto de nuestros derechos provendrá de tal cumplimiento por parte de los demás integrantes de la sociedad.

Al difundirse la ética de los derechos, ha comenzado a predominar en los establecimientos educativos el alumno que se comporta como “el noble déspota” por cuanto, precisamente, sólo tiene derechos. Protegido y encubierto por sus padres y amparado por una la ley que hace inimputables a los menores de edad por delitos cometidos, van surgiendo individuos esencialmente antisociales y amorales, por cuanto la influencia familiar y social les resulta poco favorable para la vida en sociedad.

Existen coincidencias respecto a la asignación de causas respecto a las recientes crisis económicas que afectan a varios países. Se aduce que se trata de una crisis esencialmente moral por cuanto la mayor parte de los actores económicos trata de optimizar sus ganancias observando esencialmente sus derechos a hacerse millonarios aunque sea a base de pura especulación y sin apenas contemplar los derechos de los demás a llevar una vida segura. También los políticos a cargo del Estado son guiados por sus propias ambiciones personales sin tener en cuenta sus deberes más elementales por cuanto, como se dijo, la existencia de deberes no forma parte de la “ética” que se ha puesto de moda. La gente acepta y propone cambios esenciales para las relaciones sociales pero rechaza sus consecuencias si son poco favorables. Justamente, todo cambio debería aceptarse si los efectos producidos son favorables, y rechazado en caso contrario.

La aparición del Estado de bienestar ha favorecido esencialmente el desequilibrio entre deberes y derechos, ya que, por lo general, se supone que el individuo sobreprotegido por el Estado sólo tiene derechos, mientras que el Estado sólo tiene deberes. De ahí que el individuo se sienta liberado de cualquier tipo de obligación social por cuanto, supone, tales obligaciones corresponderán al Estado.

El individuo que adhiere a un gobierno populista o intervencionista que dirige al Estado de bienestar, supone que, con tal adhesión, cumple con todas las obligaciones que tiene con la sociedad. El Estado es su representante para hacer la justicia social, por lo cual se siente eximido de la necesidad de colaborar en forma directa con los demás integrantes de la sociedad.

Como se acepta, además, que no existe una ética objetiva, ya que predomina la creencia en un relativismo moral por el cual, se supone, toda sugerencia ética no es más que una convención social sujeta a cambio posterior, se trata de culpar al “sistema económico”, o al “sistema social”, liberando de culpas a todo individuo. Si bien existen distintos resultados cuando se adoptan sistemas democráticos en lugar de totalitarios, debe tenerse presente que ninguno de ellos puede prescindir de una base ética individual aceptable, requisito que, de faltar, impide el éxito de cualquier sistema social adoptado.

El subdesarrollo consensuado

Respecto al subdesarrollo, encontramos la siguiente definición elemental: “Se dice del país, o región cuya economía presenta formas arcaicas y cuyos habitantes tienen un nivel de vida muy inferior al existente en los países con una economía moderna y potente” (Del “Diccionario de la Lengua Española”-Ediciones Castell–Madrid 1988). Si bien resulta ser una definición bastante general, quizás poco precisa, será suficiente para darnos una idea de lo que el concepto significa.

Entre la ciudadanía argentina aparecen grupos diferenciados en cuanto a sus esperanzas, o no, de que el país llegue a estar alguna vez como lo estuviera a principios del siglo XX, cuando ocupaba el 7mo lugar en el mundo teniendo presentes el PBI per capita, y otros indicadores económicos. En la actualidad, estadísticas realizadas por instituciones confiables, como la Universidad Católica Argentina, indican la existencia de unos 11 millones de pobres sobre 40 millones de habitantes, lo que implica un 27,5% de la población. Cuando se hacen críticas al gobierno por esta situación, de inmediato surge como respuesta la afirmación de que “en el 2001 estábamos mucho peor, ya que teníamos más del 50% de pobreza”. Incluso, por pedir cambios en la economía, se unifica a la oposición (el “enemigo”) como si todo ese sector deseara volver a esa situación del pasado. Al tomar como referencia lo que pasó hace una docena de años, en lugar de mirar hacia el futuro, puede afirmarse que existe cierto conformismo y que la economía sólo podrá mejorar ante una nueva crisis, por cuanto es poco probable que el oficialismo acate sugerencias que provengan del “enemigo”. De ahí que podamos hablar del “subdesarrollo consensuado”.

Haciendo un análisis muy breve y general, respecto a cómo llegamos a esta situación, podemos comenzar en los 80, con Raúl Alfonsín, cuando se llega a la hiperinflación. Tal “incendio económico” se apaga utilizando la conversión equivalente entre peso y dólar, durante el menemismo. Crece notablemente la producción como también los gastos del Estado y la deuda externa. Al final de la convertibilidad, durante el gobierno de De la Rúa, resulta más atractivo importar que producir, llegándose a una severa recesión, mientras los productos de exportación agrarios tienen un bajo precio en el mercado mundial. Con el gobierno de Eduardo Duhalde, siendo Roberto Lavagna ministro de economía, finaliza la conversión peso-dólar adquiriendo esta moneda un valor que promueve nuevamente la producción y las exportaciones. Luego surge el kirchnerismo, inicialmente con 4 ministros del gobierno de Duhalde, incluido Lavagna, lo que da lugar al inicio de la “década perdida”, o bien la etapa de la gran mejora económica según el oficialismo.

Durante los inicios del kirchnerismo, el dólar alto favorece las exportaciones como también las favorece el alto precio de la soja, dando como resultado la elevación de la producción agrícola. La soja triplica su valor, mientras que la producción también se triplica, respecto del 2001, por lo que la entrada de divisas resulta nueve veces mayor. Se promueve el consumo y se desatiende la inversión. Los gastos del Estado comienzan a superar a los ingresos, por lo cual se emite dinero sin respaldo favoreciendo la aparición de una importante inflación. Los costos de la producción se elevan con la inflación por lo cual se pierden las ventajas para la exportación, situación que caracteriza al gobierno actual de Cristina Fernández.

La inflación comienza a gestarse, con Néstor Kirchner, de la siguiente forma: se emiten billetes para comprar dólares, lo que permite mantener una buena demanda que mantiene elevado su valor. De esta manera se favorece a las exportaciones mientras se van acumulando reservas en el Banco Central. Este procedimiento es poco usado por cuanto, al producir inflación, las cosas empeoran en el mediano y en el largo plazo.

Para favorecer el consumo, el Estado subsidia a las empresas del sector energético. Los costos reducidos para el usuario, favorecen el derroche, mientras que el bajo precio de la luz, del gas y de los combustibles, desalientan la inversión en ese sector. Se ganan muchos votos debido a la “fiesta del consumo” pero se pierde el autoabastecimiento energético que tanto costó lograr. En la actualidad, debe importarse gran cantidad de combustibles y gas. E. Levy Yeyati y M. Novaro escriben: “El consumo, efectivamente, fue el motor del producto de la poscrisis. Y la política de servicios y energía baratos sin duda hizo su aporte al ingreso de las familias –aunque no necesariamente a las humildes- en la forma de nafta para autos, agua para las piletas de natación, electricidad para los equipos de aire acondicionado y gas para la calefacción, primero a expensas de las empresas proveedoras y, más tarde, de los usuarios industriales –a los que ajustó la tarifa y luego se les empezó a cortar el suministro- y del Estado” (De “Vamos por todo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2013).

El crecimiento económico implica un crecimiento de la cantidad de capital productivo invertido per capita, que no es lo mismo que el crecimiento del PBI, ya que éste puede deberse principalmente al consumo, como es el caso argentino. Además, no es lo mismo aumentar la inversión junto a la producción, como en China, que poner en marcha una economía en recesión que no requiere inversión adicional para hacerlo. De ahí el engaño oficial que publicitaba un crecimiento de la economía a “tasas chinas”, en lugar de hablar del aumento del consumo a costa de restringir la inversión e incluso del mantenimiento de lo existente cuando ello involucraba al patrimonio del Estado, como trenes y barcos.

Con una incipiente inflación, el gobierno trató de “solucionarla” tergiversando los datos estadísticos oficiales del INDEC, aplicando multas a las empresas que realizaran el mismo trabajo y cuyos resultados fueran distintos a los oficiales. Se comentaba que tal decisión se adoptó para pagar menos (estafar) a los bonistas del Estado cuya inversión debería ajustarse con el índice inflacionario. Los citados autores escriben: “¿Justificación tardía o nacionalismo mal entendido? Lo cierto es que el riesgo país argentino, tras un fugaz coqueteo con el brasileño, sufrió un golpe mortal con la manipulación del IPC [Índice de precios al consumidor], que lo llevó gradualmente a niveles de default y dejó al país fuera de los mercados de capitales, a pesar de su solvencia financiera y del promocionado desendeudamiento. Y lejos estuvo de ser un gran negocio para el gobierno y, menos todavía, para el país”.

Cada vez que el kirchnerismo ponía sus manos en algún sector de la economía, tal sector quedaba seriamente deteriorado, como fue el caso de la ganadería. Kirchner sostenía que, prohibiendo la exportación ganadera, los precios internos de la carne habrían de bajar sustancialmente (pensando recibir muchos votos adicionales en futuras elecciones). Los pronósticos de los economistas serios se cumplieron y, ante la notoria baja de la rentabilidad del sector, aumentó el precio de la carne y el stock ganadero se redujo en unas 10 millones de cabezas, según estimaciones de los especialistas. Incluso en el Uruguay alguien afirmó que “el mejor presidente uruguayo fue Kirchner…..” ya que la destrucción que produjo en la ganadería argentina fue ampliamente favorable para el crecimiento de las exportaciones uruguayas.

Las retenciones a las exportaciones agrarias desviaron hacia el Estado gran cantidad de recursos que, en otro caso, habrían ido a parar a la inversión productiva y al incremento del trabajo genuino. Si, además, tales recursos hubiesen sido asignados a la gente pobre, se habrían reducido parcialmente los niveles de pobreza e indigencia. Sin embargo, parte de tales recursos se repartió, como ayuda social, entre quienes los necesitaban y también entre quienes no, ya que la cantidad de votos logrados para futuras elecciones crecerían de esa forma todavía más. Se siguió un criterio similar al de las tarifas energéticas, que fueron reducidas tanto para el pudiente como para el de escasos recursos.

Guiado más por motivos políticos e ideológicos que económicos, el kirchnerismo inició una serie de expropiaciones, o estatizaciones, que actuaron como señales de alarma para los inversores nacionales y extranjeros. El éxodo de capitales, para ser salvaguardados en el exterior, llegó a varias decenas de miles de millones de dólares que, en definitiva, materializan la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo. Este éxodo de capitales, por si solo, puede considerarse como una justificación para quienes hablan de la “década perdida”. La acción ahuyentadora de capitales deriva también del poco respeto que tienen las autoridades nacionales ante las leyes vigentes, como así también por la tendencia a cambiarlas según el estado de ánimo de la líder absoluta de la Nación, lo que se conoce como “inseguridad jurídica”.

En cuanto al momento actual de plena inflación, podemos orientarnos con una fórmula en la que se compara demanda con oferta global. De la misma manera en que, en microeconomía, cuando la oferta de un bien iguala a su demanda, el precio se estabiliza, en macroeconomía, cuando la demanda global iguala a la oferta global, los precios se mantienen estables. La ecuación es:

M.v = P.Q

En donde (M.v) es la demanda global mientras que (P.Q) es la oferta global, siendo M la masa o cantidad de dinero circulante, v la velocidad de circulación del dinero, P es el nivel de los precios y Q el total de bienes y servicios que se producen. Cuando aumenta la masa monetaria M, principalmente por una emisión excesiva de dinero, se produce un aumento generalizado de los precios P, ya que la elevación de la producción Q tarda cierto tiempo, o no aumenta. De ahí que, en un proceso inflacionario como el argentino, el reducido aumento de la producción Q se debe esencialmente a la pobre inversión productiva realizada.

El proceso inflacionario tiende a acentuarse cuando aumenta v, que es la velocidad de circulación del dinero, cuando la gente confía muy poco en una moneda que sufre una devaluación anual del orden del 25% o más, y trata de sacársela de encima lo antes posible. Tal elevación de v, aun cuando M fuese constante, tiende también a provocar una elevación del nivel de precios P. De ahí el peligro de que el proceso inflacionario se descontrole, porque depende de algunos factores poco controlables.

En la actualidad, pareciera que el único medio de financiamiento que tiene el Estado es la máquina de imprimir billetes, ya que los créditos, para países calificados con un alto riesgo-país, son bastante costosos. Los autores citados responden ante la pregunta ¿por qué faltan dólares?, aduciendo, entre otras causas: “Por la interpretación radicalizada que hace el gobierno del concepto de desendeudamiento. Para un país serio, el desendeudamiento puede definirse como la reducción del cociente entre deuda pública y PBI, pero esa reducción no implica eludir la emisión de deuda y pagar cada vencimiento al contado, con recursos fiscales (incluso a expensas del crecimiento), sino refinanciar parcialmente los pagos de modo que el cociente de deuda baje de a poco. El objetivo de desendeudarse en años buenos es acceder al financiamiento en años malos, para sumar recursos al estimulo fiscal. En cambio, en la Argentina el kirchnerismo se embanderó desde el inicio en un desendeudamiento a marcha forzada que, lejos de abrir los mercados, los mantuvo cerrados y lo obligó a exprimir dólares de una economía cada vez peor financiada”.

Acerca de la libertad

Entre los valores adoptados, y que caracterizan a la mentalidad occidental, aparece la libertad, concepto que, sin embargo, no es tan valorado por la tradición oriental, al menos según la opinión de algunos especialistas en el tema. Orlando Patterson escribió: “Nadie negaría que hoy la libertad es el valor supremo del mundo occidental. Los filósofos discuten interminablemente acerca de su naturaleza y significado; es palabra clave de todo político, evangelio secular de nuestro sistema económico de «libre empresa», fundamento de todas nuestras actividades culturales. Es también un valor central del cristianismo: ser redimido, ser liberado por y en Cristo es el objetivo último de los cristianos. Es el único valor por el cual mucha gente parece estar dispuesta a morir –sin duda según lo que dicen y a menudo según lo que hacen-. Durante la prolongada pesadilla de la Guerra Fría, los lideres de Occidente llegaron a dividir el mundo en dos grandes bandos, el mundo libre y el mundo no libre, y más de una vez declararon –con siniestra sinceridad- que estaban dispuestos a arriesgar un holocausto nuclear para defender este ideal sagrado que llamamos libertad” (De “La libertad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1991).

Si contemplamos al hombre bajo la perspectiva de la evolución biológica y su posterior adaptación al medio; proceso continuado por la evolución y adaptación cultural, a cargo del hombre, podemos decir que la libertad es la condición del hombre plenamente adaptado al orden natural. Tal atributo implica ser gobernado por la ley natural. De ahí que la libertad plena es un objetivo a lograr, que se va adquiriendo paulatinamente. Marco Tulio Cicerón escribió: “Seamos esclavos de la ley para que podamos ser libres”. La validez esencial de esta sentencia radica en considerar no sólo la ley humana, sino, sobre todo, la ley natural.

Si bien la definición, o descripción, anterior es bastante general y puede decirnos bastante poco, es conveniente analizar el tema desde esta perspectiva. De ahí que podamos decir que, debido a que el hombre actúa tanto por la influencia recibida del medio social como por su herencia genética, la libertad dependerá tanto de una necesidad natural como también será una conquista cultural que hubo de aparecer en algún momento de la historia de la humanidad.

Si nuestras acciones son consecuencias parciales de la influencia social recibida, podemos afirmar que nadie se encuentra ajeno a tal influencia, por lo que, en principio, la libertad, como atributo de quien obra sin estar ligado a la influencia externa, dejaría de tener sentido. Sin embargo, podemos distinguir entre una influencia “mala”, que nos induce a actuar en función de lo que piensa un hombre que desconoce la ley natural, y una influencia “buena” que es la de quienes realizan sus vidas acorde a dicha ley. En otras palabras, ser gobernado mentalmente por otros hombres implica no ser libre, mientras que ser inducido por otros hombres a ser gobernado por las leyes naturales implica adoptar el rumbo de una libertad genuina. Recordemos la frase bíblica: “La verdad os hará libres”.

Como vemos, la condición de libres implica no solamente serlo respecto de nuestra capacidad de obrar cotidiana, sino también respecto de las ideas que predominan en nuestra mente, ya que las ideas son las que, tarde o temprano, deciden nuestra conducta individual como también las conductas colectivas del grupo social. De ahí que seremos libres en la verdad y esclavos en la mentira. Lord Acton dijo: “El gran objeto, al tratar de comprender la historia es ir más allá de los hombres y captar las ideas. Las ideas tienen una radiación y un desarrollo, un linaje y una posteridad propios, en que los hombres desempeñan el papel de padrinos y madrinas, más que de padres legítimos. Las fuerzas impersonales que rigen al mundo, [doctrinas e ideas] empujan las cosas hacia ciertas consecuencias sin ayuda de motivos locales o temporales o accidentales”. “Es nuestra función comprender el movimiento de las ideas, que no son el efecto sino la causa de los hechos públicos” (Citado en “El pensamiento europeo moderno” de Franklin L. Baumer-Fondo de Cultura Económica-México 1977).

Una vez que definimos la libertad individual, todo tipo de orden social, legal o económico propuesto, deberá contemplar su compatibilidad con dicha libertad. De lo contrario habría de oponerse o anular un valor esencial del hombre, como también habría de oponerse a la tendencia de la humanidad al logro de mayores niveles de adaptación. Así, los sistemas totalitarios (todo en el Estado) promueven el colectivismo para anular todo individualismo. Promueven la vigencia del hombre masa, el que ha de ser dirigido mentalmente por el ideólogo socialista y materialmente por el político totalitario a cargo del Estado.

La pérdida de la libertad implica muchas veces perder los atributos esenciales del hombre por cuanto la negativa influencia exterior actúa como el ruido que encubre la información en un sistema de comunicaciones. Pero dicha pérdida, muchas veces, no depende solamente de quienes buscan un excesivo poder, político o económico, que los hace sentir importantes, sino del que prefiere establecer el cambio de protección y seguridad a costa de la libertad.

Podemos imaginar el caso de un hombre que pierde su trabajo y que, de pronto, queda en la calle. Es una situación indeseable ya que ese individuo, y su familia, pierden la base material de su existencia. Sin embargo, tal individuo “goza de una libertad total”, lo que resulta ser una expresión poco afortunada. Tal individuo necesita trabajo imperiosamente y, seguramente, preferirá perder parte de su libertad a cambio de cierta seguridad esencial.

Este también es el caso de la mujer con pocas aptitudes para realizar diversos trabajos, cuando tiene que soportar el maltrato hogareño y cotidiano, que proviene de su marido, ante la imposibilidad de irse de su casa, situación en la que podrá quedar totalmente desprotegida.

Nótese que no todo individuo, en tales circunstancias, pasará momentos difíciles, como es el caso de quienes pueden desempeñarse adecuadamente en varias actividades laborales. La eficaz preparación del adolescente para el trabajo futuro le permitirá asegurarse alguno de los trabajos que pueda realizar.

La servidumbre medieval, y otros tipos de dependencia laboral, se han dado muchas veces en forma voluntaria, como un intercambio de libertad por seguridad, siendo un caso parecido al del presidiario que prefiere seguir viviendo en la cárcel por cuanto allí siente mayor seguridad, o la de quienes prefieren vivir bajo un régimen totalitario por cuanto carecen de voluntad para tomar decisiones por ellos mismos. De ahí la gran cantidad de adeptos hacia ese tipo de gobierno.

También la libertad debe ir acompañada de responsabilidad. Todos buscamos, desde niños, que los padres nos permitan mayor libertad. Sin embargo, si esa capacidad de conducirnos según nuestro criterio no va acompañada de ciertos conocimientos y de cierta responsabilidad, será un valor que puede conducirnos a consecuencias negativas, como es el caso de los adolescentes que conducen vehículos en una forma poco segura.

El precio que debemos pagar por nuestra libertad radica en que no sólo tenemos la opción de elegir el bien sino también el mal. Cuando elegimos esta última posibilidad, generalmente sin advertirlo, nos damos cuenta que la libertad es un arma de doble filo. De ahí la solución propuesta por varios sectores, la que consiste en recurrir al Estado “todopoderoso” que sabiamente conoce todo lo que el ciudadano común ignora. Como el Estado está constituido por seres humanos, tal carácter todopoderoso deriva de una supuesta superioridad racial, social, ideológica, ética, o alguna otra, atribuida a los integrantes del grupo totalitario. Ludwig von Mises escribió:

“Libertad, en definitiva, significa derecho a equivocarse. Destaquemos esto. Tal vez nos desagraden sobremanera los hábitos de nuestros contemporáneos, su forma de vivir y de gastar; posiblemente pensemos que lo que practican es tonto y nocivo. Pero, en una sociedad libre, hay múltiples vías de expresión para airear los ajenos errores, para expresar qué debieran hacer los demás, en nuestra opinión. Cabe escribir libros, publicar artículos, dar conferencias, perorar en los parques, como en algunas ciudades se hace. Lo que no resulta permisible –si se quiere vivir en libertad- es prohibir, por la fuerza o la coacción, a los demás que sigan sus personales vías de actuación simplemente porque a mí, sujeto, me desagradan”.

Si bien la libertad es un valor esencial para Occidente, existe una lucha abierta y encubierta, por abolirla. Y ella surge principalmente del marxismo, ideología que critica, esencialmente, a las sociedades previas a la aparición del capitalismo. Ello se debe a que, antes de tal aparición, no existía movilidad social y, efectivamente, las sociedades estaban estratificadas en clases sociales bastante definidas. Sin embargo, tal caracterización sigue vigente, en la mente de muchos, y es utilizada para tratar de restringir la libertad individual. El autor citado agrega:

“Karl Marx, en el primer capitulo del «Manifiesto Comunista», ese pequeño panfleto con el que se inicia su movimiento socialista, cuando proclama la existencia de una inevitable lucha clasista, para probar su tesis, no consigue, sin embargo, presentar más que ejemplos y situaciones de las épocas precapitalistas. Entonces sí hallábase la sociedad dividida en diversos estamentos de condición hereditaria, similares a las castas de la India” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Union Editorial SA-Madrid 1981).

La abolición de la libertad, justamente, es la que genera la división de la sociedad en clases antagónicas ya que el individuo, al ceder el gobierno de su propia vida a quienes dirigen al Estado, permite el surgimiento de una esencial situación de servidumbre, ya que aparece una clase gobernante y una gobernada. Ludwig von Mises escribe al respecto: “”El consumidor americano es, a la vez, comprador y productor –por esto es, en cierto sentido, amo- de la mercancía que al mercado accede. En los grandes almacenes neoyorquinos, a la salida, suelen verse carteles que agradecen al cliente su visita, rogándole vuelva pronto. En la Rusia soviética o en la Alemania nazi, por el contrario, lo que se le decía al comprador es que debía agradecer al correspondiente supremo «padrecito» su bondad extrema demostrada suministrándole la correspondiente mercancía”.

“No es el vendedor, sino el comprador, en los países socialistas, quien debe estar reconocido por el favor que se le hace. El comprador –el amo bajo el capitalismo- por eso allí no manda. Es el Jefe, el Comité, la Junta Central, los entes que dirigen y mangonean las cosas. Los humildes callan y tragan cuanto la Autoridad tenga a bien echarles”. “La soberanía en el sistema capitalista radica en el mercado; son los consumidores los que tienen el poder, quedando así garantizada la libertad individual”
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La revolución liberal

Las revoluciones auténticas constituyen un positivo cambio político y económico que ocurre en una sociedad como efecto de una previa maduración de las ideas en ella dominantes. La revolución liberal implica, entre otros aspectos, que por primera vez se reconoció que el interés de cada individuo no se oponía al interés de la sociedad. Armando Ribas escribe al respecto: “Cuando se habla de la Gran Revolución, en general se entiende que nos estamos refiriendo a la revolución francesa (las minúsculas son a propósito) de 1789. Pero ésa no es la Gran Revolución, sino la gran confusión histórica que permitió que los crímenes de lesa humanidad que fueron la guillotina y el terror, puedan ser concebidos como origen de la libertad y los derechos del hombre en Occidente”.

“La verdadera Gran Revolución tuvo lugar paulatinamente en la historia y podemos encontrar en ella los hitos que la representaron. Esa Gran Revolución fue una transformación ética a partir de un principio gnoseológico. Tuvo lugar cuando el hombre en sociedad tomó conciencia de la importancia de la armonía entre el interés general y los intereses particulares. Sólo a partir de esta concepción ética es posible la búsqueda de la felicidad, que es motor de la acción humana, sujeta a la norma de derecho de carácter general”.

“Este principio, que armoniza los intereses particulares con el interés general, es el que permite a su vez la separación de los poderes como instrumento de la sociedad para limitar el poder político. Ese límite es la contrapartida de los derechos individuales o privados, que sólo pueden existir sobre la base de que no haya un antagonismo irreductible entre ellos y el interés general”. “En tal sentido, el «socialismo», más que una ideología (si lo es), es una enfermedad que ataca el cuerpo social en el medio de la República. Esa enfermedad es la confusión entre privilegio y propiedad, al tiempo que pretende el regreso a la ética rousseauniana que enseña que los intereses privados son necesariamente contrarios al interés general”.

“Ese proceso histórico, que comenzó fundamentalmente con la Revolución Gloriosa, en Inglaterra, en 1688, y los principios del parlamentarismo fueron los que establecieron límites al poder político. Esa revolución liberal siguió en 1776 con la declaración de la independencia de las colonias inglesas en Norteamérica y tomó forma definitiva en Filadelfia, en 1787, con la Constitución Federal. Finalmente, este lujo de la historia llegó al Río de la Plata con la caída de Rosas y el establecimiento de la Constitución argentina de 1853” (De “Entre la libertad y la servidumbre”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).

Por lo general, tendemos a pensar que el subdesarrollo es una anormalidad, ya que implica perder las condiciones que caracterizan al desarrollo, y que existían previamente a la llegada de una crisis. Sin embargo, la realidad es que, históricamente, ha sido el subdesarrollo lo normal y el desarrollo la innovación destacable. Alain Peyrefitte escribió:

“El no desarrollo es la suerte común de los hombres desde su aparición en la Tierra, hace ya cuatro millones de años. Comparados con estos cuatro millones de años, un siglo o dos de desarrollo genuino es un lapso equivalente a los dos o cuatro últimos segundos de un día de veinticuatro horas. Es necesario entonces preguntarse ¿por qué la casi totalidad de la historia humana ha estado signada por el no desarrollo, por qué tres cuartas partes de la humanidad pertenece aún al mundo no desarrollado? Es más lógico plantearse la pregunta inversa. ¿Cómo apareció, alrededor de tres siglos atrás, una forma de civilización que se extendió lentamente de vecino a vecino y que permite hoy a una cuarta parte de los hombres escapar totalmente de aquel trágico destino?”. “Por paradójico que sea, incluso chocante, debemos reconocer que el no desarrollo no es un escándalo: el milagro es el desarrollo” (De “Milagros económicos”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1997).

Se supone, por lo general, que los países desarrollados, de alguna forma, perjudican a los menos desarrollados para establecer sus ventajas, creencia que asegura perdurar en la misma categoría al país subdesarrollado que mantiene tal supuesto. Tal creencia es desmentida, al menos parcialmente, en el caso de las ayudas que los países en crisis reciben desde el exterior en forma de créditos, especialmente. Como es distinta la mentalidad dominante en los distintos pueblos, el aprovechamiento, o no, de estas ayudas financieras, depende mucho del receptor. Así, mientras que, luego de la Segunda Guerra Mundial, se produjo el “milagro alemán”, como consecuencia de la inicial ayuda de EEUU (plan Marshall), en otros países europeos no ocurrió algo similar. Incluso las ayudas que llegan a los países subdesarrollados, a veces terminan empeorando la situación. El autor antes citado escribe al respecto:

“A prorrata de la población, Francia, Bélgica y Holanda recibieron tanto o más subsidios norteamericanos que la Republica Federal Alemana, sin que la expresión «milagro» se emplease en sus casos. Por ejemplo, sumas igualmente sustanciales invertidas en Francia no produjeron un efecto decisivo, pues sólo aseguraron los fines de mes del Estado. Capitales del mismo orden de magnitud colocados en América Latina fecundaron el clientelismo y la inflación, no el crecimiento”.

“Las condiciones iniciales pueden jugar para un lado o para otro. Por lo tanto, hay que invocar las causas morales del milagro económico: voluntad encarnizada de salir de la miseria y la derrota, espíritu de iniciativa, convicción de que el restablecimiento se efectuará en el terreno económico, papel del político reducido al de simple regulador. Liberada de la concepción nazi del Estado, la economía alemana reflotó muy pronto, portadora de un pujante anhelo de éxito”.

Podemos sintetizar los principios implícitos en la revolución liberal, que involucran no sólo lo económico, ya que también se requiere de un marco político adecuado:

1- División de poderes en el Estado
2- Identificación entre intereses privados y sociales
3- División, o especialización, del trabajo
4- Intercambios libres en el mercado
5- Formación y acumulación de capitales (ahorro e inversión)

Entre las principales consecuencias de esta innovación social, aparecen: a) Aumento de la productividad debido a la acumulación de capitales e innovación tecnológica, b) Liberación de los antiguos esclavos que pasan a ser trabajadores libres bajo un salario, c) Movilidad social (“En adelante se podrá nacer pobre y morir rico, y viceversa”).

Las ideas que promovieron tal revolución resultan ser precisamente aquellas que se requieren en la actualidad para pasar del subdesarrollo al desarrollo. Todo cambio de mentalidad implica la asimilación de información que no se tenía previamente. Es el mismo caso de la computadora que adquiere un nuevo programa que ha de agregarse a los anteriores. Es la misma máquina de antes, pero con una diferencia, que es el nuevo programa adquirido. Alberto Benegas Lynch escribió:

“Los progresos que deslumbraron al mundo de entonces, realizados durante aquella etapa iniciada a fines del siglo XVIII, fueron consecuencia y no causa del cambio que se operó en el campo de las ideas. No fueron primero adoptadas las nuevas formas de producción y de gobierno político y después creada la superestructura ideológica, como pretenden los marxistas”. “Quesnay, Turgot, Say, Adam Smith, Ricardo, Bastiat, Cobden, Locke, Burke, Lord Acton, Hume, Montesquieu, Tocqueville, Stuart Mill y, más tarde, Menger y Böhm-Bawerck, figuran en la historia del pensamiento entre los principales forjadores de la filosofía de la libertad. Hoy, los nombres de los profesores von Mises y Hayek, no pueden dejar de mencionarse entre los eminentes pensadores contemporáneos pertenecientes a la escuela liberal” (De “Destino de libertad”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1961).

Podemos decir que un país tiene muchas posibilidades de llegar al desarrollo si existe una cultura nacional compatible con los principios liberales, mientras que transitará por el subdesarrollo si tal cultura se le opone en forma terminante. Incluso, aunque exista cierto reconocimiento de las bondades del mercado y la democracia, un pueblo no podrá consustanciarse con ellas si no existe una cultura de la innovación y el trabajo, además de un nivel ético básico aceptable.

Tampoco el desarrollo es una etapa que, tarde o temprano, seguirá al subdesarrollo, ya que nadie puede asegurar cuál será la mentalidad predominante en una sociedad o en un país en un futuro más o menos distante. Así, tenemos el caso de la Argentina, desarrollada a principios del siglo XX y subdesarrollada en años posteriores. Desarrollada cuando predomina el liberalismo implícito en la Constitución de 1853 y subdesarrollada cuando predominan los sucesivos populismos. Alain Peyrefitte escribió: “Más vale reconocer que desarrollo y subdesarrollo no constituyen el pasado y el porvenir de toda sociedad como dos etapas sucesivas de una maduración irreversible; más bien articulan una bifurcación ante la que los grupos humanos vacilan sin que sean patentes los móviles de su impulso o las causas de su resignación” (De “La sociedad de la confianza”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1996).

Mientras que el liberalismo surge de una innovación política y económica que tiende a favorecer la adaptación del hombre al orden natural, tendencia que será adoptada en lo sucesivo por la ciencia experimental y la tecnología, el socialismo, por el contrario, puede considerarse como una “contrarrevolución” respecto del liberalismo, ya que promueve el retorno de la sociedad, en muchos aspectos, a etapas previas a la de la revolución liberal. Ante la división de poderes propone el poder absoluto del Estado, y no sólo político sino también económico. Ante la identificación entre el beneficio individual y social del liberalismo, sostiene que existe un antagonismo esencial entre ambos. Ante el libre intercambio cuya necesidad surge luego de la división del trabajo, propone la planificación estatal de la producción. Ante la libertad asociada a la propiedad privada propone la coerción del Estado sobre todo individuo que vive o trabaja en propiedad ajena, es decir, estatal. J. Salwin Schapiro escribió:

“La revolución científica de los siglos XVI y XVII estaba íntimamente relacionada con el surgimiento del liberalismo. Reveló que el mundo era una máquina gobernada por leyes universales, automáticas, inmutables, que operaban fácil e infaliblemente. El método científico para el descubrimiento de la verdad se convirtió en el modelo para el liberalismo”. “Como sistema de pensamiento puede decirse que el liberalismo recibió expresión definitiva durante el siglo XVIII. Ese periodo, conocido como el del Iluminismo y Edad de la Razón, presenció una revolución intelectual que se extendió por casi todos los países del mundo occidental”.

“En el siglo XVIII se dio un nuevo significado a la ley natural, que en sí era una vieja idea. Se hizo de ella la prueba de toque de la legitimidad del orden existente político y social. Si una institución funcionaba mal debido a los privilegios, prejuicio y tiranía, se consideraba que tenía un carácter artificial; por eso debía ser abolida y establecerse una institución nueva, esclarecida, basada en la ley natural. En los asuntos de los hombres, tanto como en los de la naturaleza, existían leyes naturales que podían descubrirse por el método científico de investigación” (De “Liberalismo”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1965).

De la República al totalitarismo

La propuesta presidencial de “democratizar la justicia” ha suscitado controversias en los distintos ámbitos de la Nación. Recordemos que, entre las leyes propuestas, aparece un Consejo de la Magistratura que será integrado por una mayoría de integrantes surgidos de los partidos políticos y elegidos mediante votación pública, integrando listas partidarias junto a los candidatos propuestos para integrar los demás poderes. Dicho Consejo se encarga de promover nuevos jueces e incluso de separar a los que están en actividad en caso de juicios políticos adversos, siendo una importante institución dentro del Poder Judicial.

En caso de que exista un gobierno tiránico, los funcionarios ubicados en puestos jerárquicos, tanto de los distintos poderes como en las reparticiones estatales, serán mantenidos o removidos en función de su afinidad o lealtad personal mostrada respecto del Presidente de la Nación. De ahí que, si los jueces en actividad, o los jueces a designar, no muestran “lealtad personal al Presidente”, verán peligrar su estabilidad laboral e, incluso, la libertad para ejercer sus funciones, que debe surgir de actitudes neutrales, imparciales e independientes. Es por ello que, entre los posibles efectos de la nueva ley a promulgar, aparece un sometimiento del Poder Judicial a la persona que dirige al Poder Ejecutivo.

El economista Alfonso Prat Gay mencionó una analogía ilustrativa comparando la justicia con el fútbol. Debido a que existe un Consejo de Árbitros que decide los ascensos de futuros árbitros y penalidades para los que están en actividad, si los integrantes de tal Consejo fuesen elegidos “democráticamente”, seguramente que la mayoría de ellos será electa con el importante apoyo del voto de los simpatizantes de Boca Juniors, por lo cual los árbitros tendrían cierta predisposición a favorecer a dicho club para poder mantenerse en la actividad.

El conjunto de leyes que regula los distintos poderes del Estado debe prever que, en ciertas circunstancias, pueden surgir gobernantes con pretensiones tiránicas, aunque ello no sea siempre así. Al adoptar tal medida de seguridad, se protegerá a la Nación de convertirse en un totalitarismo. Por ello, gran parte de los países han adoptado el principio de la división de poderes, para salvaguardar precisamente la libertad y la dignidad de todos los ciudadanos. Al respecto podemos leer en una Enciclopedia:

“La división de poderes se atribuye a Montesquieu (1689-1755), filósofo y escritor francés que en su obra «El Espíritu de las leyes», aparecida en 1748, dice que «todo poder por naturaleza tiende a convertirse en tiránico y que la única manera de evitar la tiranía es conseguir que el poder detenga al poder». Esto puede conseguirse si el Estado dispone de tres clases de poder: el legislativo, que elabora y aprueba las leyes; el judicial, que, mediante la aplicación e interpretación de las leyes, resuelve las controversias que existen entre los propios ciudadanos o entre éstos y las administraciones públicas, y el ejecutivo, que es el encargado de hacer cumplir las leyes”.

“El primero de estos poderes es el que legisla, el segundo juzga y el tercero ejecuta los actos por los que se manifiesta el poder legislativo, o sea las leyes. El poder judicial se vale de las sentencias y el poder ejecutivo actúa a través de actos políticos y de la administración”. “Cada uno de estos tres órganos sólo debe disponer de un poder público, de modo que al estar separados y actuar autonómicamente, se equilibran sus fuerzas y se impide el poder tiránico”. “Del equilibrio de estos tres poderes separados depende el equilibrio del propio Estado, que también se halla sometido a la ley”.

Respecto del Estado de derecho, podemos leer: “Si la división de poderes constituye el presupuesto político para la existencia del derecho administrativo, lo que llamamos Estado de derecho será el presupuesto jurídico para esa misma existencia”. “Esta forma de Estado se instaura en el continente europeo a partir de la Revolución Francesa, con la pretensión de establecer una situación radicalmente opuesta a la anterior, despótica y absolutista, que ha quedado reflejada en las palabras que dirigió a Luis XIV uno de sus cortesanos: «todos vuestros súbditos os deben su persona, sus bienes, su sangre, sin tener derecho a pretender nada. Sacrificando todo lo que ellos tienen, cumplen con su deber y no os dan nada, porque todo es vuestro»”.

“Con el establecimiento de esta nueva forma de Estado se procura tutelar la libertad humana frente a la opresión estatal. Nace pues, como una reacción contra el Estado policía y el medio jurídico empleado, para evitar que el príncipe penetre en la esfera de los particulares. Consiste justamente en el reconocimiento de una zona libre de cualquier intromisión estatal”. “Lo que caracteriza, por tanto, al Estado de derecho es el otorgamiento a los particulares de los medios idóneos para la defensa de los derechos públicos reconocidos como tales. Y esto se conseguiría mediante el sometimiento del Estado a la LEY, en mayúscula y en sentido amplio, equiparable en este caso a DERECHO”.

“Todo lo anteriormente expuesto nos permite definir el Estado de derecho como aquella forma de Estado en que se reconocen y tutelan los derechos públicos subjetivados de los ciudadanos, mediante el sometimiento de la administración a la ley” (De “Mentor Enciclopedia de Ciencias Sociales”-Océano Grupo Editorial SA-Barcelona 1999).

Adviértase que los párrafos anteriores han sido extraídos de una Enciclopedia editada para ser utilizada en ámbitos educativos, y que incluso resulta adecuada para establecer un autoaprendizaje. Ello significa que los políticos oficialistas, abogados en su mayoría, y que promueven en la Argentina el sometimiento del Poder Judicial, además del Legislativo ya “conquistado”, al arbitrio del Poder Ejecutivo, son plenamente conscientes del paso que se pretende dar, es decir, desde la República hacia el totalitarismo. Las nuevas leyes propuestas por el gobierno, de ser promulgadas, harán de la Argentina una “tiranía constitucional”.

Los gobiernos populistas se caracterizan por pretender lograr el poder absoluto (“vamos por todo”) preocupándose sólo por la legitimidad del acceso al poder, pero dejando de lado la legitimidad de su ejercicio (“yo tengo los votos y hago lo que quiero”). Se genera, de esa forma, una reacción legitima de la ciudadanía, ya que se considera “parte interesada” por las acciones y decisiones del gobierno. Germán J. Bidart Campos escribió: “El primer atisbo [de desobediencia a la autoridad] lo hallamos ya en el Nuevo Testamento, en el texto de los Hechos de los Apóstoles donde dice que hay que obedecer primero a Dios que a los hombres”.

“Desde este planteo de base religiosa y ética, se salta a muy ulteriores concepciones, que al distinguir en el poder y en el gobernante una legitimidad de origen (cuando el acceso al poder es legal y regular) y una legitimidad de ejercicio (cuando el poder se usa conforme a derecho y justicia), van a fabricar la idea de que la legitimidad de ejercicio se pierde por el mal uso del poder. Ese ejercicio desviado llega a autorizar, en situaciones de extrema gravedad, la desobediencia y la resistencia. Estamos ante el tirano de ejercicio, o sea, aquél que pese a su titulo legal en el acceso al poder, emplea el poder en contra del bien común, de la ley natural, de la ley divina, de la justicia, etc.” (De “Lecciones elementales de política”-Ediar SA Editora CIyF-Buenos Aires 1996).

La legitimidad de origen surge del principio mayoritario asociado al proceso electoral, mientras que la legitimidad de ejercicio surge principalmente por la constitucionalidad de las decisiones y de las nuevas leyes propuestas, además de la buena gestión del Estado. Mariano Grondona escribió: “Recordemos que la democracia contemporánea incluye dos elementos principales, el principio mayoritario y la división del antiguo poder del monarca absoluto en varios poderes que se controlan recíprocamente. Si llamamos «democrático» al primero de esos elementos y «republicano» al segundo, tendremos que reconocer que las democracias contemporáneas más avanzadas no empezaron por ser democráticas sino republicanas, convirtiéndose recién después en el régimen mixto, democrático-republicano, también llamado democracia constitucional, que hoy las caracteriza” (De “El desarrollo político”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2011).

Ante las nuevas leyes propuestas, no sólo se advierte la búsqueda de un incremento del poder presidencial sobre los restantes poderes del Estado, sino también un intento por incrementar el poder del Estado al debilitar instancias para el reclamo de los derechos individuales del ciudadano común. Roberto Cachanosky responde a la Presidente, a través de un personaje ficticio, luego del intento de expropiación de un predio de la Sociedad Rural: “Señora, en esta isla [la Argentina] rige el principio de que toda persona es inocente hasta que se demuestra lo contrario y Ud. pretende expropiar un terreno, que el juez no acepte la medida cautelar y que luego los productores demuestren que son inocentes. Ud. está dando vueltas el orden jurídico de la isla. Para Ud. son todos culpables hasta que demuestren lo contrario y por eso quiere eliminar las medidas cautelares” (De www.economiaparatodos.com.ar ).

Resulta irónico que un movimiento político autodenominado progresista, nacional y popular, en realidad proponga un retroceso hasta las épocas previas a la Revolución Francesa, incluso siendo tal procedimiento interpretado como una traición a la patria por la propia Constitución. La propuesta presidencial es considerada como una venganza contra la justicia por oponerse ésta, legalmente, a la aplicación de la Ley de Medios y a la expropiación del predio de la Sociedad Rural en Palermo. El ex fiscal Julio Strassera manifestó en declaraciones a Radio El Mundo: “Esto es gravísimo; es cambiar el sistema republicano de gobierno por un totalitarismo. La Justicia nunca depende de procesos electorales porque es un contrapoder, es para contener los excesos de aquellos que son producto de la voluntad popular, entonces esto hay que separarlo, como en cualquier república normal”.

“Todo esto lo van a aprobar los que van a quedar alcanzados por el articulo 29 de la Constitución, legisladores infames y traidores a la patria, porque ponen la fortuna, los bienes y la vida de los ciudadanos a merced del Poder Ejecutivo”. (Art.29.- “El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las legislaturas provinciales a los gobernadores de provincia, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria”).

La justicia argentina, como muchas de otras instituciones, padece una severa crisis, en todos los sentidos. De ahí que se proponen dos soluciones diferentes: destruirla (propuesta oficial) o mejorarla (propuesta de la oposición).