jueves, 2 de abril de 2015

La lucha ideológica

A lo largo de la historia han aparecido individuos y grupos que, aduciendo cierta superioridad racial, social o ética, han tratado de legitimar sus aspiraciones a gobernar a otros individuos y a otros grupos. En épocas recientes, los “autoelegidos” han tratado de hacerlo a través del dominio del Estado, por lo cual se los designa como totalitarios. Alberto Rodríguez Varela escribió: “El estado totalitario constituye la culminación de tendencias doctrinales que conducen a la aniquilación de la persona humana y a su absorción integral por la comunidad política en nombre de diferentes mitos (nación, raza, clase) según se trate del fascismo, el nacionalsocialismo o el comunismo”. Las modalidades principales del totalitarismo son las siguientes (según Mario Justo López):

1) Partido político único
2) Inexistencia de la división de poderes.
3) Ausencia de oposición legalizada
4) Desconocimiento de libertades esenciales
5) Control centralizado de la economía.

Uno de los grupos totalitarios de mayor vigencia en la actualidad es el que se atribuye legitimidad debido a su “superioridad ética”. Tal superioridad no radica en ser capaces de producir bienes materiales suficientes que favorecerán a la sociedad, sino por tener las intenciones de distribuir lo que producen los demás. Además, ese grupo considera al sector productivo como éticamente inferior, por lo cual estima que se le deben expropiar sus empresas o bien las ganancias que las mismas brindan a sus poseedores.

Por otra parte, existe una mayoría de hombres que rechazan tanto la posibilidad de convertirse en gobernantes de otros hombres, como de ser gobernados por extraños sin su previo consentimiento. Estas personas adhieren a la democracia liberal, en la que se busca el gobierno de las leyes sobre el individuo, y a la esencial división de poderes en el Estado, para sentirse protegidos del poder totalitario.

La lucha ideológica actual se establece principalmente entre los sectores mencionados y presenta dos frentes principales: en el plano político se produce el antagonismo entre democracia y totalitarismo, mientras que en el plano económico se produce el antagonismo entre economía de mercado y socialismo.

Así como un judío raramente establecerá un diálogo sincero con un nazi, quienes son discriminados socialmente por ser cristianos, por trabajar y producir en forma individual, etc., raramente podrán dialogar con un totalitario, ya que no es posible comunicarse con quienes simpatizan y difunden ideologías que provocaron decenas de millones de víctimas (en la ex URSS y China, principalmente) que fueron asesinadas por oponerse a la legitimidad que se autoasignaron los totalitarios.

Las actitudes irreconciliables se deben a que estos sectores parten de creencias bastante distintas. Así, para el liberal:

a) Existen leyes naturales, por lo que puede hablarse de un orden natural al que nos debemos adaptar.
b) El hombre libre es potencialmente bueno, por lo que puede ser gobernado por esas leyes.
c) Es posible de existencia de una ética natural.

Mientras que para los totalitarios:

a) Si bien existen leyes naturales, no es admisible algo tal como un “orden natural”.
b) El hombre libre es potencialmente perverso, por lo que debe ser gobernado por el Estado totalitario (a través de la clase “superior” que lo ha de dirigir)
c) No existe una ética natural u objetiva.

En el capitalismo privado es posible la existencia de explotación laboral. Se trata en ese caso de una esclavitud circunstancial por cuanto el trabajador puede cambiar de empresa o irse a otro lugar dentro del país, o bien irse al extranjero. En el capitalismo estatal (socialismo) no existen estas posibilidades por lo que la explotación del trabajador por parte de la clase dirigente estatal constituye una esclavitud forzada. La médica cubana Hilda Molina escribió:

“Mi primera jornada en el hospital de Mostaganem resultó esclarecedora. Al firmar mi contrato comprobé que el gobierno cubano cobraba muchas divisas por mi trabajo, tantas que la cifra final ascendió a más de un cuarto de millón de dólares. Yo, al igual que el resto de mis compatriotas, recibía sólo un pequeño estipendio en dinares argelinos que apenas garantizaba la supervivencia, al tiempo que en Cuba entregaban a mi madre mi modesto salario en pesos cubanos”.

“Supe también que mi presencia en Argelia no obedecía a una situación de catástrofe. El verdadero motivo era que los neurocirujanos de ese país se negaban a trabajar en Mostaganem y preferían hacerlo en ciudades más importantes con vistas a satisfacer sus intereses lucrativos. Conocí además que a los galenos cubanos nos obligaban a residir cual becarios adolescentes, varios en un mismo apartamento. Y confirmé que, tanto para las autoridades de la isla como para sus representantes en Argelia, los especialistas de la salud no éramos más que una dotación de esclavos ingenuos, obedientes, abnegados y excelentes productores de dólares”.

“….Y yo, una indefensa mujer, viajaba sola junta al chofer hasta el hospital donde en horario nocturno únicamente trabajaban hombres argelinos. El peligro que esto implicaba para mi seguridad y para mi salud no importaba ni a los diplomáticos ni a los funcionarios cubanos. A ellos solamente les interesaban las divisas que el régimen recaudaba por cada una de mis guardias, los dólares que fluían a partir de mi riesgoso trabajo y de mis inolvidables dolorosos sacrificios” (Del libro “Mi verdad” de Hilda Molina – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2010).

Luego de la caída del muro de Berlín, de la desaparición del Imperio Soviético, y de la aceptación de la economía de mercado por parte de China continental, muchos pensaron que el ideal socialista había sido superado por las evidencias de la propia realidad. Sin embargo, el pensamiento neototalitario sólo parece haber cambiado de estrategia, ya que sigue siendo esencialmente el mismo en cuanto a los objetivos perseguidos. Jean François Revel escribió: “La ideología es la principal fuente de perturbación de la información, porque precisa de una mentira sistematizada, global y no solamente ocasional. Para permanecer intacta debe defenderse sin tregua del testimonio de los sentidos y de la inteligencia, de la misma realidad. Esa lucha agotadora lleva a aumentar de día a día la dosis de mentira requerida para hacer frente a las evidencias que se desprenden de lo real inexorable. Así, en el momento en que el marxismo-leninismo pierde todo crédito entre sus mismos adeptos como principio de dirección de las sociedades humanas cuando, semejante a la luz cuya fuente está muerta y que nos llega de soles extintos desde hace millones de años, brilla con su más vivo resplandor en el teatro ideológico” (De “El conocimiento inútil” – Editorial Planeta SA – Barcelona 1989)

El totalitarismo marxista podía establecerse a través de la revolución violenta según la propuesta de Marx y Lenin. La alternativa a ese medio fue propuesta por Antonio Gramsci, quien sugirió establecer primeramente la penetración ideológica, incluso aprovechando los medios democráticos, para llegar a establecer finalmente el sistema totalitario. Gustavo Layor escribió: “Es evidente que Gramsci no apuntó a comenzar con apoderarse de los medios de producción (Marx), ni del poder político (Lenin), sino de los medios de comunicación social y educativos, considerándolos como primera fortaleza que debía conquistar el comunismo” (Citado en “Historia de las ideas políticas” de Alberto Rodríguez Varela – AZ Editora – Buenos Aires 1995).

Sigue vigente, sin embargo, la creencia de Marx y Lenin respecto de la exclusiva culpabilidad del sector productivo en cuanto a los males existentes, pero esta vez no se trata de expropiar los medios de producción, sino de confiscarles gran parte de las ganancias, para redistribuir lo que injustamente, se supone, distribuyó el proceso del mercado.

El lema operativo del neototalitario vendría a ser: “Dividir por dos y unificar en uno”, es decir, dividir a la sociedad en grupos antagónicos cuyos integrantes habrán de presentarse o bien como amigos o bien como enemigos, para afianzar la posibilidad de la toma del poder en futuras elecciones. Si bien el totalitario desprecia la democracia, se disfraza de democrático por simple conveniencia. Una vez en el gobierno, tratará que las decisiones de toda la nación sean adoptadas por un reducido grupo o bien por un único dictador. Sin embargo, quienes buscan la total concentración de poder en el Estado, son los que critican a los “enemigos” (liberales o capitalistas) por concentrar el poder económico en unas pocas manos, lo que nunca ha de ser comparable con el poder absoluto de un tirano a cargo del gobierno.

El relativismo moral ampara el accionar totalitario. Alexander Solyenitzin escribió: “El comunismo nunca ocultó su negación de los conceptos morales absolutos. Se mofa de las nociones de bien y mal como categorías absolutas. Considera la moralidad como un fenómeno relativo a la clase. Según las circunstancias y el ambiente político, cualquier acción, incluyendo el asesinato, y aún el asesinato de millares de seres humanos, puede ser mala como puede ser buena. Depende de la ideología de clase que lo alimente”.

“¿Y quién determina la ideología de clase? Toda la clase no puede reunirse para decidir lo que es bueno y lo que es malo. Pero debo decir que, en este sentido, el comunismo ha progresado. Logró contagiar a todo el mundo con esta noción del bien y del mal. Ahora no sólo los comunistas están convencidos de esto. En una sociedad progresista se considera inconveniente usar seriamente las palabras bien y mal. El comunismo supo inculcarnos a todos la idea de que tales nociones son anticuadas y ridículas”.

“Pero si nos quitan la noción de bien y mal, ¿qué nos queda? Nos quedan sólo las combinaciones vitales. Descendemos al mundo animal. Y por esto, la teoría y la práctica del comunismo son absolutamente inhumanas”. (De “En la lucha por la libertad” de Alexander Solyenitzin – Emecé Editores SA – Buenos Aires 1976)

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