viernes, 3 de abril de 2015

Un país dividido

Gran parte de la historia argentina se ha caracterizado por la aparición de líderes que han promovido divisiones internas en la población. Tales divisiones han impedido que la Nación haya progresado de una manera sostenida. Entre las causas inmediatas que motivaron ese comportamiento, podemos mencionar las siguientes:

1- Considerar prioritarios los intereses o las realizaciones de tipo personal en lugar de hacerlo respecto de las necesidades y las aspiraciones del conjunto de la sociedad.
2- Mostrar una irresponsable tendencia a hacer participar a toda la población de los antagonismos existentes entre individuos y grupos rivales despertando y promoviendo el odio generalizado.

Entre las figuras más importantes en cuanto a la ambición de poder personal y a la creación de divisiones internas en la sociedad, encontramos a Juan Manuel de Rosas en el siglo XIX, a Juan Domingo Perón en el siglo XX y a los Kirchner en este siglo XXI.

A medida que las divisiones y las tensiones se fueron acentuando, surgieron opositores que los derrocaron, tal el caso de Justo José de Urquiza respecto de Rosas, las Fuerzas Armadas en el caso de Perón, mientras que no se vislumbra todavía la oposición que habrá de suceder al kirchnerismo.

Refiriéndose al Bicentenario de la Patria, celebrado en 2010, Gregorio Caro Figueroa escribió: “Tendremos que admitirlo con dolor y sin rodeos: durante la mayor parte de los dos siglos que conmemoramos, la Argentina fue una casa dividida. Lo sigue siendo. Nuestras antiguas disensiones, discordias y fisuras no desaparecieron: mutaron, adquirieron nuevos rasgos y aún permanecen abiertas como llagas. No parecemos dispuestos a reconocer un pasado y un destino común ni aún en el momento en que vamos a celebrar nuestra mayoría de edad como país”.

“En momentos en el que los antagonismos deberían atemperarse para dar paso al homenaje a los sucesivos forjadores del país, algunos, armados de la dialéctica amigo-enemigo, parecen empeñados en desplegar pasión y energía en profundizar y atizar la división de las dos Argentinas, negando hacer de ella nuestro hogar común” (De “Todo es Historia”-Año XLII-Edición 511-Buenos Aires-Febrero 2010).

Cuando, en economía, se busca un criterio general para establecer una acertada descripción de los distintos inconvenientes que puedan surgir, se consideran las diversas causas que han impedido el establecimiento del proceso del mercado, o bien, una vez establecido, las causas por las que no se pudo desarrollar. En forma similar, cuando, en política, se busca un criterio general para establecer una acertada descripción de los distintos inconvenientes que puedan surgir, se consideran las diversas causas que han impedido el establecimiento del proceso democrático en toda su amplitud.

Puede decirse que la democracia apunta hacia un gobierno que, a través del Estado, contempla limitaciones en cuanto al poder otorgado por las leyes a ese gobierno. Además, con la democracia se busca la libertad y la igualdad de derechos y deberes de todo ciudadano. Uno de los requisitos necesarios para el cumplimiento de estos fines consiste en la elección periódica de autoridades mediante el voto popular, el establecimiento de leyes amparadas en una Constitución y una división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) que tienda a evitar la excesiva concentración de poder en una sola persona, o en un grupo, para evitar, en lo posible, el gobierno del hombre sobre el hombre, que es la peor de las desigualdades.

Las tiranías presentan varios defectos, como la tendencia a promover desigualdad, ya que se divide a la población en “nosotros y ellos”, o “amigos y enemigos”, tratando de establecer un “imperialismo interno” que, a diferencia de los imperialismos ejercidos entre países, se busca que la clase gobernante tienda a imponerse sobre la “clase enemiga”, restringiendo sus libertades individuales.

La Constitución, que lleva implícito el espíritu de la democracia, surge luego de la caída de Rosas. Los tiranos sucesivos trataron de cambiarla o bien realizaron sus gobiernos desconociéndola total o parcialmente, lo que no resulta extraño en quienes se oponen al espíritu de la democracia.

La perpetuación en el poder impone la necesidad de continuar en el mando a través de sucesivas reelecciones basadas principalmente en el clientelismo político, por el cual, con el dinero del Estado, provisto principalmente por el sector productivo (el “enemigo”), se mantiene al sector partidario, generalmente poco productivo. Este fenómeno no es nuevo, ya que se lo empleaba en épocas tan lejanas como la de los antiguos romanos. E. Trimbach y L. Derrien escriben:

“Durante las campañas electorales los candidatos, para hacerse publicidad, se dejaban ver en compañía de numerosos amigos fieles. Además repartían regalos y entradas para los espectáculos, y asistían a los necesitados. Simulaban conocer los nombres de cada uno de los electores, cuando era un esclavo el que se los iba diciendo al oído. El cortejo de clientes era uno de los elementos de la vida social de los patronos. En los últimos tiempos de la República se generalizó el uso de la mentira, la lisonja e incluso trampas para reclutar clientes” (De “Viaje por la Roma de los Césares”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1989).

Un caso sorprendente lo constituye el canal televisivo estatal denominado Televisión Pública. Por ser estatal, se espera que todos sus programas tiendan a promover la unificación de la sociedad. En cambio, es usado por el partido político gobernante para difamar públicamente a sus adversarios políticos, especialmente a aquellos que serán sus contendientes en próximas elecciones. También se burlan y degradan a algunos que desertaron de las filas del partido gobernante. Se difunde una ideología bastante similar a la castrista-soviética que constituyó el primer eslabón de la secuencia que condujo a la violencia desatada durante los años 70. Si a las mismas causas les siguen iguales efectos, podemos decir que se está promoviendo una violencia social masiva que en otras épocas se propagaba sólo mediante libros de poca circulación.

El proceso político por el cual se promueve la división de una población entre sectores, y que luego conduce a una tiranía, se conoce con el nombre de populismo. Víctor Massuh escribe al respecto: “Podemos definir al populismo como la versión muchedumbrizada del pueblo. Es la sacralización del estado de multitud convertido en absoluto, en el valor más alto y, por lo tanto, en criterio de verdad política, económica, estética y cultural”. “Siendo la mayoría una parte considerable del pueblo, el populista obra como si representara a su totalidad. El desconocimiento de este matiz lo vuelve compulsivo y soberbio. Afirma enfáticamente que las mayorías nunca se equivocan. Sabemos que esto es una falacia porque ellas se equivocan tanto como las minorías y los individuos. En primer lugar, porque no hay entes humanos infalibles y, en segundo, porque la verdad nada tiene que ver con el número ni se decide por votación o aclamación”.

“La inteligencia es como un organismo muy delicado y sensible. Cuando advierte a su alrededor un ambiente demasiado rudo y poco propicio a su desarrollo, se retrae, vegeta, o vuela hacia otras latitudes. El vacío que deja entonces es llenado por el arma intelectual del populismo –la «viveza»– que viene a ser una forma inferior de la inteligencia, una mezcla de habilidad y falta de escrúpulos. La actitud inteligente afronta los problemas, la «viveza» tiene el arte de eludirlos y de dar la impresión de haberlos resuelto. La primera no tiene otra fuerza que sí misma, inicia sus pasos con humildad metódica, no sabe cuál será su arribo. La segunda tiene la solución desde el comienzo, apela siempre al criterio de autoridad, no cree en la cultura sino en «la calle» o en la llamada «universidad de la vida»”. (De “La Argentina como sentimiento”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1982).

En la actualidad (2012) se está notando una profundización del modelo populista, tal como fue anunciado previamente a las últimas elecciones presidenciales. Con el “vamos por todo”, como lema del grupo gobernante, no ha de entenderse como un futuro dominio de la Argentina sobre algunos otros países, sino como un dominio cada vez mayor desde el sector gobernante al resto de la sociedad.

Cuando se hicieron críticas acerca de que la Argentina no es un país confiable ni previsible para realizar inversiones productivas, la propia presidente desestimó tales comentarios afirmando que ella es “confiable y previsible”, aceptando tácitamente que ella y el Estado son una y la misma cosa.

Es indudable que en todo país existen potenciales e inevitables desacuerdos que llevan a debates de largo alcance, aunque tales desacuerdos deberán promover mejoras y un crecimiento como Nación, en lugar de ser explotados por un sector para obtener rédito político de ellos. Uno de tales conflictos proviene de la antigua lucha entre pobres y ricos, cuya solución populista consiste en atribuir todas las virtudes a los primeros y todos los defectos a los segundos, con lo que se agudiza la tensión en lugar de disminuir las diferencias.

También se mantiene vigente el antiguo dilema nacional de apuntar hacia nuestra continuidad occidental (cristianismo, democracia, mercado) o bien orientarnos hacia el seguimiento de distintos totalitarismos que, aunque surgidos en Europa, se oponen totalmente al ideal caracterizado como la “civilización occidental”. Víctor Massuh escribió: “Una cultura cobra forma cuando los valores universales que ella genera o importa, crea o asimila, echan profundas raíces en su suelo, en las costumbres y las instituciones. Es decir, cuando imprimen su sello en la vida de un pueblo y aparecen como el fundamento espontáneo de un pensamiento, de un canto, una rebeldía o una acción social”. “Universalismo y arraigo son las condiciones ineludibles de una obra valiosa. En consecuencia, el sentido estricto de una cultura nacional se define como universalismo arraigado. No hay oposición esencial entre cultura nacional y cultura universal: sus términos son idénticos”.

De la misma forma en que podemos describir los desaciertos económicos en función del desconocimiento del mercado, y los desaciertos políticos en función del desconocimiento de la democracia, los desaciertos sociales podemos describirlos en función del desconocimiento de la ética cristiana. Los tres fundamentos de la civilización occidental han sido atacados en Europa por los movimientos totalitarios (fascismo, nazismo, comunismo). También fueron combatidos por los populismos pseudo-democráticos argentinos, como los mencionados, y que son herederos, en cierta forma, de los totalitarismos europeos. Los cimientos de la civilización occidental son compatibles con los avances de la ciencia experimental. Sin embargo, su validez debe considerarse desde el punto de vista de sus éxitos, de la misma forma en que la falsedad de los fundamentos de los movimientos totalitarios debe observarse a partir de sus fracasos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario