viernes, 3 de abril de 2015

Desencuentros históricos

Los desencuentros que se producen en muchos países impiden lograr la unidad nacional. Las divisiones internas favorecen un persistente subdesarrollo cultural, social y económico. La gravedad de los hechos no radica sólo en la situación actual de una nación, sino en la tendencia descendente en que puede encontrarse. Desde el punto de vista del largo plazo, es mejor estar mal y transitar por una etapa ascendente que estar algo mejor pero marchar en una dirección descendente. De ahí que el primer desencuentro lo encontramos entre quienes todo lo observan desde el corto plazo y quienes lo observan desde uno largo.

Se dice que una nación difiere de un conglomerado humano en cuanto sus integrantes tienen objetivos comunes y transitan unidos tras esas metas. De ahí que una sociedad dividida no responda a ese requisito. Algunas situaciones se repiten en la historia, como es el caso de las etapas en que predomina la libertad, tanto política como económica, mientras que la sociedad, al no mostrar una adecuada cuota de responsabilidad, malogra las ventajas de esa libertad. Luego, en lugar de buscarse una mejora ética que incremente la alicaída responsabilidad, surgen tendencias totalitarias que proponen abolir las libertades mencionadas por cuanto, se supone, la naturaleza humana es egoísta y perversa necesitando la sociedad ser dirigida y regulada desde el Estado aun en cuestiones personales, cotidianas y domésticas.

La supuesta “supremacía” social, racial o ética de quienes ocuparán los cargos directivos estatales, definen el tipo de totalitarismo que habrá de surgir, es decir, fascismo, nazismo o comunismo, respectivamente. Sin embargo, tales tendencias tienden a acentuar toda división previa que pueda existir.

En el caso argentino, luego de una etapa de esplendor (hasta principios del siglo XX) le siguen etapas de estancamiento y subdesarrollo. Finalizada la próspera etapa de libertad comienza el declive y aparece la tentación totalitaria. Carlos Ibarguren escribía en 1934: “En el interior de los países avanzan impetuosamente las dos corrientes revolucionarias encontradas, que aglutinan hoy las tendencias políticas, sobre los restos minados de la democracia liberal individualista: el fascismo, corporativismo o nacionalismo por un lado, y el marxismo o comunismo por el otro”. “Se ha observado con verdad que las sociedades oscilan, en política, entre el principio de autoridad y el de la libertad. En épocas de equilibrio el ritmo de esa oscilación es regular; pero en los muchos periodos de transformación o crisis, es irregular y se va de la anarquía demagógica a la dictadura. La historia nos demuestra que jamás un pueblo remonta de la demagogia al liberalismo, sino que para salir del desorden va del caos a la dictadura que restablece el orden”.

“El pueblo, como suma de votos personales, es algo inorgánico, vago, caprichoso, ciego, y considerado como entidad en los discursos políticos, es sólo una palabra, abstracción. El pueblo no consiste en los organismos parasitarios llamados partidos políticos, que se mueven de la oligarquía a la demagogia, sino en la sociedad, vale decir, en el conjunto orgánico de fuerzas humanas e intereses organizados que elaboran, nutren y regulan la vida social y el desenvolvimiento de una nación” (De “La inquietud de esta hora”-Roldán Editor-Buenos Aires 1934).

Son épocas en que en la Argentina comienzan los golpes militares, como es el caso del efectuado por el Gral. José F. Uriburu quien derroca a Hipólito Yrigoyen. Al respecto, Pablo Mendelevich escribió: “Lo cierto es que ya en el primer golpe compitieron dos generales para derrocar al gobierno radical: Uriburu, un general de aspecto prusiano e ideas fascistas, a quien llamaban «von Pepe» por la germanofilia que había desarrollado como agregado militar en Berlín, y Agustín P. Justo, que pretendía reponer el orden conservador sin exclusión civil y sacarlo del medio a Yrigoyen” (De “Cómo dejan el gobierno los presidentes argentinos”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

En la década siguiente aparece la influencia del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), en donde uno de sus integrantes fue Juan D. Perón. En una proclama del mencionado grupo militar se observan las líneas generales de sus objetivos: “La tarea es inmensa y llena de sacrificios, pero no se hace patria sin sacrificarlo todo. Los titanes de nuestra independencia sacrificaron bienes y vidas. En nuestro tiempo Alemania ha dado a la vida un sentido heroico. Esos serán nuestros ejemplos”. “Para realizar el primer paso, que nos llevará a una Argentina grande y poderosa, debemos tomar el poder. Jamás un civil comprenderá la grandeza de nuestro ideal; habrá, pues, que eliminarlos del poder y del gobierno y darles la única misión que les corresponde: trabajo y obediencia”. “Conquistado el poder, nuestra misión será ser fuertes, más fuertes que todos los otros países unidos. Habrá que armarse siempre, venciendo dificultades, luchando contra las circunstancias interiores y exteriores. La lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía”.

Respecto de la década de los 40, Juan O. de Tomás escribió: “En 1943 la situación de nuestro país era, en lo económico, extraordinariamente próspera. Mientras las más grandes naciones del mundo se desangraban, destruían y empobrecían en una guerra implacable, la nuestra, neutral en la contienda y alejada de los campos de combate, se había enriquecido con la exportación no sólo de sus productos agropecuarios sino también de artículos elaborados. Había reducido sus importaciones y acumulado cuantiosas divisas extranjeras. Había ocupación plena y el costo de vida era moderado”.

“Casi se podría establecer como una ley de la historia que los dictadores y tiranos caen sobre los pueblos en sus horas de más graves conmociones y crisis. El desorden institucional, la guerra civil, la amenaza exterior, la miseria colectiva, la corrupción social, pueden en determinadas circunstancias explicar la aparición de un «hombre fuerte» que, con poderes más o menos absolutos, domine a su país durante un largo periodo de su vida. Lo inexplicable, lo monstruoso, es que se establezca una dictadura en tiempos de paz y de prosperidad, sin causas inmediatas que la justifiquen ni antecedentes valederos que la hagan prever. Tal es lo acontecido en la Argentina entre 1946 –o si se quiere, 1943- y 1955” (De “El libro negro de la Segunda Tiranía”-Buenos Aires 1958).

El peronismo resultó ser una tiranía apoyada electoralmente que fue promoviendo una abrupta división de la población para dar lugar a dos Argentinas irreconciliables. Una de ellas, democrática en lo político y en lo económico; la otra totalitaria, ya sea en la forma fascista del peronismo tradicional o bien en la forma izquierdista del kirchnerismo. La Argentina democrática trata de respetar los mandamientos básicos comunes a todas las religiones: no matar, no robar, no mentir, mientras que la Argentina totalitaria parece adoptar la postura de Lenin, quien expresó: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo. Inmoral lo contrario”.

Los desencuentros no sólo ocurren respecto del presente sino también cuando se trata del pasado, tal el caso del Gral. Julio A. Roca, valorado por unos y descalificado por otros. La Patagonia, considerada en el siglo XIX como un territorio poco valioso por parte de políticos, inversores y productores agropecuarios, despierta el interés tanto de británicos como de chilenos. Los malones indígenas se aproximan hasta unos 200 kilómetros de Buenos Aires. La defensa territorial requiere de medios económicos y militares importantes. Adolfo Alsina, designado Ministro de Guerra y Marina por Nicolás Avellaneda, escribe: “El Río Negro, pues, debe ser no la primera, sino por el contrario, la línea final de esta cruzada contra la barbarie, hasta conseguir que los moradores del desierto acepten, por el rigor o por la templanza, los beneficios que la civilización les ofrece. Y si se ha de juzgar por lo que sucede con otras tribus que viven sometidas, no es dudoso esperar que el éxito sea satisfactorio”.

Alsina propone un plan gradualista para avanzar sobre el territorio del sur, pero antes muere en forma repentina. Julio A. Roca ocupa su lugar y es partidario de una avanzada más decidida y eficaz. Mediante su accionar permite ampliar el territorio nacional en una forma considerable. Según se advierte en las palabras de Alsina, el criterio era “llevar los beneficios de la civilización” a todos los habitantes del territorio patagónico, si bien en la actualidad un sector considera que el objetivo era el de “matar indios”.

Las dos Argentinas tienen sus propias historias nacionales. La realidad es tergiversada de acuerdo a las necesidades ideológicas, aunque no debemos olvidar que hay quienes tratan de decir la verdad, aunque no siempre la digan, y otros tratan de mentir casi siempre. Si consideramos que todos somos mentirosos, estaremos encubriendo al que lo es y difamando al que no lo es. Natalio R. Botana escribió:

“En ese tiempo, no se había apagado aun el eco de una militante polémica entre la vulgarmente llamada «historia liberal u oficial» y su contrapartida, el «revisionismo histórico». El combate tenía por objeto apropiarse de la entera verdad del pasado gracias al estridente montaje que cada bando producía con los legados de una memoria partidista y con explicaciones causales afincadas en grandes generalizaciones: dos decorados para un mismo escenario. La lucha se entablaba entonces entre panteones imaginarios. En ellos yacían unos héroes que habían derrotado a otros personajes condenados por el propio historiador a representar el papel de antihéroes” (De “El siglo de la libertad y el miedo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1998).

Mientras que la Argentina democrática actualmente considera conveniente producir e invertir (para luego consumir), la Argentina totalitaria considera conveniente distribuir y consumir (desatendiendo la inversión). En caso de que la estrategia económica adoptada no produzca buenos resultados, se falsificarán las estadísticas oficiales y se seguirá con la falsificación “legal” de papel moneda; causa principal de la inflación. Ricardo H. Arriazu escribió:

“En el caso particular argentino, mientras la ciudadanía no comprenda que la «viveza criolla» incluye acciones que en países económicamente más exitosos serian consideradas delictivas, las posibilidades de lograr un proceso de desarrollo sustentable serán escasas”. “Desde un punto de vista económico, tanto la inflación como la devaluación de la moneda y el incumplimiento de contratos constituyen generalmente claros ejemplos de «estafas» por parte del sector público que afectan los derechos de propiedad de sus acreedores. La Constitución prohíbe la confiscación y establece que no puede haber expropiación sin compensación; sin embargo, ni la Justicia ni los economistas consideran que la inflación y la devaluación sean medidas confiscatorias. Más aún, en general la profesión económica ha contribuido a estas confiscaciones al atribuir a esas medidas carácter de instrumentos de política económica” (De “Lecciones de la crisis argentina”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2003).

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