viernes, 3 de abril de 2015

Igualdad vs. eficiencia

Por lo general se acepta que, desde un punto de vista económico, a mayor libertad lograda se producirá una menor igualdad, por lo que aparecen libertad e igualdad como aspectos contradictorios que deben compatibilizarse resignando o sacrificando uno de ellos para salvaguardar al otro. Incluso se critica a la economía de mercado por favorecer las desigualdades, promoviendo la libertad, mientras que se considera que el socialismo favorece la igualdad aunque a costa de restringir la libertad. Milton Friedman escribió: “Una sociedad que coloca la igualdad por delante de la libertad no conseguirá ni la una ni la otra. Una sociedad que coloca la libertad por delante de la igualdad conseguirá un grado elevado de ambas” (Citado en “50 cosas que hay que saber de economía”-Edmund Conway-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2011).

En realidad, la pérdida de libertad que se produce bajo sistemas de tipo socialista se hace sentir mayormente en las personas con reconocida capacidad laboral e iniciativa, que se sienten anulados por la planificación estatal, mientras que los sectores menos voluntariosos aparentemente no ven una diferencia esencial trabajando en relación de dependencia, ya sea en una empresa privada o bien en una estatal. Sin embargo, tarde o temprano habrán de sentir una diferencia en el nivel de vida adquirido, ya que la anulación de las capacidades individuales tiende a producir un desmejoramiento en la eficiencia del proceso productivo.

Puede, entonces, describirse el antagonismo considerado en función de la igualdad y de la eficiencia, de tal manera que, a mayor igualdad económica, menor eficiencia en la producción. Arthur M Okun escribió: “En mi opinión, la de la igualdad y la eficiencia, es nuestra mayor disyuntiva socioeconómica, que invade muchos aspectos de nuestra política social. No podemos conservar nuestra torta de eficiencia económica y a la vez distribuirla en partes iguales”. “La existencia de una disyuntiva entre eficiencia e igualdad no significa que todo lo que es positivo para la una sea necesariamente negativo para la otra. Las medidas que presionaron sobre los ricos hasta el punto de destruir la inversión y, en consecuencia, perjudicar la calidad y la cantidad de empleos para los pobres, empeorarían tanto la eficiencia como la igualdad” (De “Igualdad y eficiencia”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1982).

Es indudable que, considerando personas que tienen ingresos mensuales similares, a lo largo del tiempo habrá un conjunto de resultados distintos, por cuanto la forma de administrar recursos difiere en las distintas personas. Arthur M Okun escribió: “En la actualidad, dentro del mismo nivel de ingresos, algunas familias gastan más en vivienda y mucho menos en educación que otras. Es obvio que igualdad económica no es lo mismo que igualdad de oportunidades”.

Debe aclararse un aspecto importante en este tipo de disyuntivas, ya que la desigualdad económica resulta ser un grave problema en todas aquellas personas que poseen una escala de valores estrictamente material, ya que dejan de lado tanto los aspectos afectivos como los intelectuales. Para esas personas, tener menos dinero que otras significa valer menos como seres humanos. De ahí que los sistemas económicos y sociales que promueven prioritariamente la igualdad lo hacen principalmente para proteger al individuo de una vida en la cual la envidia amargará su existencia.

Para las personas que tienen presentes tanto los valores materiales como los afectivos y los intelectuales, la desigualdad económica carece totalmente de importancia, mientras que la pobreza material es el real problema a superar. Así, por ejemplo, encontrará positivo el hecho de que la China haya adoptado la economía de mercado sacando de la pobreza anualmente a varios millones de personas, mientras que otros prefieren el antiguo régimen socialista “más igualitario”. G. Thibon escribió: “El igualitarismo cristiano, basado en el amor que eleva, implica la superación de las desigualdades naturales; el igualitarismo democrático, basado en la envidia que degrada, consiste en su negación”.

La historia reciente nos ha mostrado dos casos que permiten hacer una comparación válida entre ambos sistemas:

a) El mismo pueblo en una misma época: Alemania Occidental y Alemania Oriental
b) El mismo pueblo en épocas distintas: China con mercado y China con socialismo

Puede decirse que se enfrentaron los dos sistemas siguientes:

Economía de mercado = Eficiencia + Desigual distribución de la riqueza (La Alemania Occidental del “milagro alemán” y la actual China reductora de la pobreza)

Economía socialista = Ineficiencia + Igualitaria distribución de la pobreza (La Alemania Oriental del “muro de Berlín” y la China de las hambrunas de Mao-Tse-Tung)

Aunque parezca obvio que el sistema más exitoso es el primero mencionado, será criticado porque no protege al ciudadano común de la envidia que podrá sentir al ver a otros con mayor nivel de vida. De ahí que, aunque resulte sorprendente, muchos consideran más exitosos tanto a la Alemania Oriental del muro de Berlín como la China socialista de las grandes hambrunas.

En la Argentina actual (2012), quienes pretenden, o pretendieron, que el país siguiera el rumbo de la eficiencia y del desarrollo, son calificados despectivamente como “liberales”, o “neoliberales”, denominación que ha pasado a ser un insulto, de los más severos, entre los muchos que abundan en nuestro idioma.

Los movimientos pseudo-democráticos o bien totalitarios (fascismo, marxismo, peronismo, socialismo) han convencido a la mayor parte de la población de que debemos seguir por el camino del subdesarrollo ya que no existe ejemplo en el mundo de un país que haya alcanzado el éxito con sistemas realizados principalmente para proteger a la sociedad de la envidia; actitud que anhela fuertemente la igualdad económica. De ahí que no se entiendan las protestas cotidianas por cuanto, en forma consciente y deliberada, la mayor parte de la población ha elegido la ineficiencia y la igualitaria distribución de la pobreza (aunque a veces no resulta tan igualitaria).

Para comprobar la aseveración previa, hágase una encuesta en la población respecto del porcentaje de liberales que aspiran a que su país adopte la Economía Social de Mercado, sistema económico similar al que produjo el “milagro alemán”. Resulta tan pequeño el porcentaje que en la actualidad no existe un partido político a nivel nacional que proponga tal objetivo. Por el contrario, la mayor parte de los movimientos políticos consisten en coaliciones entre políticos que anhelan lograr el poder absoluto a través del Estado y de votantes seguidores que anhelan sentirse liberados de la envidia promoviendo ambos una redistribución de los ingresos que hará menos ricos a los que producen y menos pobres a los que poco trabajan.

Para justificar tales objetivos, se basan en la “ley de Marx”, que les asegura que todo empresario está exento de virtudes y todo empleado está exento de defectos, de donde surge la “justicia social” que es entendida como que el Estado, y no el mercado a través del trabajo, debe ser el que distribuya los bienes económicos producidos. Los políticos, sindicalistas e intelectuales, basados en forma consciente o inconsciente en esa “ley”, promueven la pobreza estructural de la sociedad. Tal eficaz acción anti-empresarial nos asegura el subdesarrollo por muchos años. Ernesto Sandler escribió: “Las empresas son las principales generadoras de empleo. Son el principal motor del crecimiento de un país que se precie de moderno y apunte al progreso económico. Sin empresas eficientes y empresarios creativos es difícil concebir el progreso social. Sin empresas no hay empleo. Sin empleo no hay producción. No existe riqueza para distribuir”.

“A través de un perverso sistema impositivo, los gobiernos se quedan con cerca del 40% de la riqueza producida por los argentinos. Recaudación que no se traduce en una buena seguridad pública o un eficiente sistema de salud. No hablemos de la educación y el ejercicio de la justicia que cada día es peor”.

“En Argentina, de cada 100 empresas que inician un nuevo emprendimiento, sólo el 20% continúa funcionando al promediar el segundo año”. “De las empresas que logran sortear los dos primeros años de su etapa constitutiva, sólo el 10% prosigue con sus actividades después de la década”.

“Los datos son contundentes. Estas cifras nos revelan que de cada 100 empresas que cada año inician una actividad económica en Argentina, sólo el 2% podrá superar la barrera de los 10 años. El 98% restante habrá quedado en el camino”. “El mayor porcentaje de quiebras en nuestro país tiene causas ajenas a las condiciones de los empresarios. Son consecuencias del orden económico en el que las empresas despliegan sus actividades”.

“El hostigamiento de los poderes públicos o de grupos de presión contra las empresas incide negativamente sobre los emprendedores particulares e inversores de capital que no se sienten estimulados de invertir en un orden económico que los hostiga y acusa de ser responsables de la mayor parte de los desajustes económicos. Ante esta falta de reconocimiento, las empresas optan por emigrar a sociedades más amigables y los inversores buscarán otros países que ofrezcan mayor rentabilidad y mayor seguridad jurídica” (De “Economía sin barreras”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2012).

Ya que el capitalismo implica principalmente empresarios y capitales, y al considerarse el capitalismo como “algo perverso” que debe ser destruido, no es de extrañar que muchos vean como un hecho positivo que aparezcan pocas empresas e incluso que los capitales vayan a otros países. Ernesto Sandler agrega: “Complementariamente a la falta de inversión nacional e internacional para la creación de nuevas empresas o el fortalecimiento de las existentes, se puede comprobar que la tendencia migratoria de los capitales de Argentina al exterior, o la fuga de capitales, es incesante, incrementándose en periodos de crisis o inestabilidad. Conjuntamente y como consecuencia de esa falta de inversión, la demanda de empleo por parte de las empresas privadas es relativamente escasa. Para cubrir ese bache la economía pública estatal mantiene un sostenido crecimiento del empleo público”.

El “programa económico”, apoyado mayoritariamente por la población en las pasadas elecciones, consiste esencialmente en un modelo inflacionario, anti-empresarial y expulsador de capitales. Si por ese camino la Argentina sale del subdesarrollo, deberemos entonces hablar del “milagro argentino”.

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