jueves, 9 de abril de 2015

La minoría acosada

Por distintas razones, ya sean raciales, religiosas, culturales o económicas, las minorías sufren el riesgo de ser acosadas por el resto de la sociedad, especialmente cuando son exitosas o cuando se supone que lo son. Uno de esos casos lo constituye el empresariado, sector que recibe el desprecio de una parte importante de la sociedad. Es oportuno mencionar que en la Argentina, de cada 100 empresas que se inician en alguna actividad productiva, en diez años sólo sobreviven 2, lo que no resulta del todo extraño.

Cuando se habla de empresarios, por lo general se tiene la imagen del que posee una empresa que pudo sobrevivir en el tiempo, pero se olvida a una gran parte que, por distintas razones, no pudo llegar a concretar sus proyectos. Es un caso similar al que ocurre cuando se habla de los andinistas, ya que, por lo general, pasan a la historia los exitosos mientras que quedan en el olvido muchos de los que perdieron sus vidas en infructuosos intentos. De ahí que, cuando se habla de los empresarios, debemos tener presentes tanto a los exitosos como a los que fracasaron.

Entre las causas del fracaso aparecen los propios errores personales a los que hay que agregar el hostigamiento sufrido por parte de la propia sociedad y principalmente por parte del Estado, cuya principal función, según varias tendencias políticas, es “proteger al ciudadano común del egoísmo de los empresarios”. Ayn Rand escribió: “La defensa de los derechos de las minorías hoy es aclamada, virtualmente por todos, como un elevado principio moral. Pero este principio, que prohíbe la discriminación, es aplicado por la mayoría de los intelectuales «socialdemócratas» de una manera discriminatoria: es aplicado sólo a las minorías raciales o religiosas. No es aplicado a esa minoría pequeña, explotada, denunciada, indefensa, que conforman los empresarios”.

“Empero todos los aspectos desagradables, brutales de injusticia hacia las minorías raciales o religiosas están siendo ejercidos hoy hacia los hombres de negocios. Por ejemplo, considere la maldad de condenar a ciertos hombres y absolver a otros, sin una audiencia, sin considerar los hechos. Los «progresistas» de hoy consideran a un empresario culpable en cualquier conflicto con un gremio, sin importar los hechos o los asuntos implicados y se jactan de que no atravesarán una línea de un piquete «con razón o sin ella»”.

“Considere la maldad de juzgar a las personas con un doble estándar y de negar a algunos los derechos concedidos a otros. Los «socialdemócratas» de hoy reconocen el derecho de los trabajadores (la mayoría) a su subsistencia (sus sueldos) pero niegan el derecho de los empresarios (la minoría) a su subsistencia (sus ganancias). Si los trabajadores luchan por sueldos más altos, esto es aclamado como «ganancias sociales», si los hombres de negocios luchan por ganancias más altas, esto es condenado como «codicia egoísta». Si el nivel de vida de los trabajadores es bajo, los «socialdemócratas» culpan a los empresarios; pero si los hombres de negocio tratan de mejorar su eficiencia económica, para expandir sus mercados y ampliar los ingresos económicos de sus empresas, haciendo así posibles sueldos más altos y precios más bajos, los mismos «socialdemócratas» lo denuncian como «mercantilistas»”.

“Si una fundación no comercial, por ejemplo un grupo que no tuvo que ganarse sus fondos, patrocina un programa de televisión que defiende sus puntos de vista particulares, los «socialdemócratas» lo aprueban como «iluminación», «arte», «educación» y «servicio público»; si un hombre de negocios patrocina un programa de televisión y quiere que en él se reflejen sus puntos de vista, los «progresistas» gritan, calificándolo de «censura», «presión» y «autoridad dictatorial»” (De “Capitalismo: el ideal desconocido”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2008).

Si bien las tendencias políticas muchas veces son descriptas en forma independiente a las actitudes psicológicas de los hombres, resultarán mejor comprendidas si se tienen en cuenta tales aspectos, es decir, como si la política fuese una parte de la psicología social. Como un indicio de esta afirmación puede considerarse el citado escrito de Ayn Rand, realizado originalmente en 1961 en los EEUU, y que tiene una plena vigencia en la Argentina de nuestros días. Incluso puede afirmarse que las tendencias políticas de izquierda no son esencialmente distintas a las tendencias psicológicas discriminatorias que ocurren en diversos países y en distintas épocas. En última instancia, las afinidades políticas no son más que coincidencias respecto a las actitudes éticas predominantes. Ayn Rand prosigue:

“Siempre, en cualquier época, en cualquier cultura, o sociedad, se encuentra el fenómeno del prejuicio, la injusticia, la persecución y el odio ciego irracional hacia alguna minoría, la búsqueda de la pandilla que tiene algo que ganar con esa persecución, la búsqueda de aquellos que tienen un interés oculto en la destrucción de estas particulares victimas del sacrificio. Invariablemente, encontrará que la minoría acosada cumple la función de chivo expiatorio de algún movimiento que no quiere que se divulgue la naturaleza de sus fines personales. Todo movimiento que busca esclavizar a un país, toda dictadura o toda dictadura en potencia, necesita alguna minoría como chivo expiatorio, a la cual poder culpar por los problemas de la nación y usarla como justificación de sus propias demandas de poderes dictatoriales. En la Rusia Soviética, el chivo expiatorio fue la burguesía; en la Alemania Nazi, fueron los judíos, en Estados Unidos, son los empresarios”.

Por lo general, cuando un grupo social, étnico o laboral, sufre persecuciones, y ante la duda generalizada, se llega a decir: “algo habrán hecho”, aunque también podríamos decir: “seguramente habrán tenido éxito en algo”.

Debido a la pobre concentración empresarial que disponemos, una parte considerable de las empresas busca el apoyo estatal para no cerrar sus puertas y evitar así aumentar la desocupación. Es necesario el apoyo cuando no presentan una eficacia capaz de permitirles mantenerse por sus propios medios en la competencia con otras empresas de su propio sector del mercado. El proteccionismo estatal también ha sido forzado por empresas que sólo buscan ganancias sin ofrecer calidad a cambio. Ayn Rand escribió:

“Los intelectuales, ideólogos, interpretes, asesores de los eventos públicos, fueron tentados por la oportunidad de tomar el poder político, resignado por todos los demás grupos sociales y establecer sus propias versiones de una «sociedad del bienestar» a punta de pistola, es decir, mediante la coerción física legalizada. Denunciaron a los empresarios libres como exponentes de la «codicia egoísta» y glorificaron a los burócratas como «funcionarios públicos». Evaluando los problemas sociales, se mantuvieron maldiciendo el «poder económico», exculpando al poder político, trasladando así la carga de la culpa de los políticos a los hombres adscritos a los comerciantes y al capitalismo, no fueron causados por una economía o por un libre mercado, sino por la intervención gubernamental en la economía. Los gigantes de la industria estadounidense, como James Jerome Hill o Commodore Vanderbilt o Andrew Carnegie o J.P. Morgan, fueron autodidactas que ganaron sus fortunas por su habilidad personal, por el libre comercio en un mercado libre”.

“Pero hubo otra clase de empresarios, producto de una economía mixta, hombres con influencia política, quienes hicieron fortunas por medio de privilegios especiales que les fueron concedidos por el gobierno, tales como los Cuatro Grandes de Central Pacific Railroad. Fue el poder político detrás de sus actividades, el poder de los privilegios forzados, no merecidos, económicamente injustificables, el que causó desarticulaciones en la economía del país, adversidades, depresiones y crecientes protestas públicas. Pero fueron el libre mercado y los empresarios libres quienes se cargaron con la culpa. Cada consecuencia calamitosa de los controles del gobierno fue utilizada como una justificación para la ampliación de tales controles y de la acción del gobierno sobre la economía”.

Las tendencias políticas predominantes en la Argentina se basan en el crecimiento del sector público que absorbe gran parte de los recursos económicos de la sociedad. De ahí que, a mayor gasto público, menos posibilidades de inversión habrá por parte del sector privado. Estas decisiones por lo general se adoptan para combatir la desigualdad social. Al ser el empresario considerado como un generador de desigualdades (ya que es el principal factor de la producción), debe el Estado equilibrar las desigualdades extrayéndole gran parte de sus recursos, con el consiguiente freno a la inversión productiva.

Se dice que la democracia es el sistema que permite la diversidad de opiniones pero en base a haber acordado previamente las reglas de juego. Cuando tampoco hay acuerdo en ello, las cosas se complican bastante. Y uno de los desacuerdos básicos consiste en que un sector busca la igualdad económica sacrificando la eficiencia, mientras que el otro prioriza la eficiencia sin tener en cuenta la igualdad mencionada. “La democracia exige disenso, desacuerdo, diversidad y pluralismo; y exige acuerdo, consenso, comunalidad y unidad. Básicamente, el consenso que la democracia requiere es un consenso acerca de las reglas o normas que permiten convivir con los desacuerdos, acerca de los principios para resolver los conflictos” (De “¿Qué nos pasa a los argentinos?”-M.E. Aftalión, M.J. Mora y Araujo y F.A. Noguera-Sudamericana/Planeta Editores SA-Buenos Aires 1985).

Quienes buscan la igualdad en forma prioritaria, incluso antes que la eliminación de la pobreza, son quienes pretenden que el sistema social proteja al individuo que tiene predisposición a la envidia. Con la igualdad económica se le aseguraría que no tendrá motivos para envidiar a nadie. Por el contrario, quienes buscan la eficiencia piensan sobre todo en eliminar la pobreza. Resulta mejor establecer un ordenamiento social que contemple prioritariamente al hombre normal. Luego se han de ir mejorando las cosas para permitir que los demás compartan esa normalidad. Si, por el contrario, se supone que el hombre normal es envidioso y que debe establecerse un ordenamiento social que lo proteja de ese defecto, entonces se sacrifica el libre accionar y el nivel de vida del hombre normal, considerado como no envidioso.

Si se considera que el orden social debe ser consistente con los contenidos de las ciencias sociales, no puede dejarse de lado la ética elemental. De ahí que debe abandonarse todo tipo de discriminación social, especialmente del sector productivo, aun cuando sus logros indefectiblemente despertarán la envidia de un sector de la población. Como lo sabe cualquier ciudadano identificado con la mentalidad predominante de la clase media, la felicidad no depende sólo del alimento que los ricos disponen en abundancia para sus respectivos cuerpos, sino también del alimento intelectual para la mente y del afectivo para el espíritu. La búsqueda de la igualdad económica, como objetivo social, tiene sentido en base a una concepción del hombre mutilado, es decir, desprovisto de aspectos intelectuales y afectivos.

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