jueves, 2 de abril de 2015

La demagogia constitucional

Podemos decir que la demagogia, como una distorsión de la democracia, consiste en la búsqueda, por parte de los políticos, del apoyo incondicional de los sectores populares pero sin contemplar tanto sus beneficios como la búsqueda de popularidad por parte de aquéllos. Cuando se tiene éxito en este tipo de práctica, es posible que se llegue a una tiranía. El demagogo trata de afianzar su posición creando una división del pueblo en donde se distingue entre “nosotros” (él y sus seguidores) y “ellos” (los opositores). La división se va acentuando en la misma medida en que se acentúa la tiranía.

Como ejemplo de práctica demagógica, podemos mencionar el congelamiento del precio de los alquileres de viviendas decretado por Juan D. Perón. En épocas de inflación, al quedar fijo el monto de los alquileres, y al subir el resto de los precios, el inquilino terminaba pagando un importe irrisorio, por lo que este procedimiento podía considerarse como una expropiación virtual de la vivienda en alquiler.
Como las medidas de tipo popular van destinadas a los efectos inmediatos y a los individuos que sólo tienen, como visión de futuro, un limitado horizonte, encuentran bastante apoyo, aunque en el mediano y el largo plazo perjudiquen a toda la sociedad.

Con los alquileres muy baratos, el inquilino no tendrá apuro en tratar de adquirir su vivienda propia ni el resto de la sociedad tendrá el menor interés por construir viviendas para alquilar. De ahí que, con el tiempo, se acentuará el déficit de viviendas y cuando se pretenda normalizar la situación, habrá pocas viviendas disponibles pero a precios muy elevados. Es decir, el sector de inquilinos, al que supuestamente se quiso beneficiar, con el tiempo no conseguirá vivienda o bien deberá pagar el alquiler a un precio excesivo.

Si, por el contrario, se establecen leyes que garanticen la integridad y el derecho de propiedad de las viviendas en alquiler, seguramente habrá bastante predisposición para que se inviertan capitales en algo tan necesario. Además, se logrará en poco tiempo crear nuevas fuentes de trabajo con los subsiguientes beneficios para todos.
Debido al predominio social del hombre masa, el demagogo pasará a la historia como alguien que amaba a su pueblo, mientras que el que ve la realidad con una visión propia de los países desarrollados, será considerado un oligarca, o bien como un colaboracionista que busca mejorar el patrimonio de los ricos, o algo por el estilo.

Como en algunos países este proceso tiene mayor éxito que en otros, no resulta extraño que, en aquellos favorables a la demagogia, el resto de los políticos trate de imitar al que tiene la habilidad para conquistar gran cantidad de votos, en lugar de tratar de imitar al que logra mejorar la situación económica y social de la población.

Cierto periodista deportivo mexicano reflexionaba acerca del malestar de la afición local por cuanto su seleccionado de fútbol nunca pasaba, en los campeonatos mundiales, de los cuartos de final. Se preguntaba que, si no pasaban de ese lugar, ¿acaso no sería ése el lugar que deberían tener? En forma similar, si en nuestro país, para ganar las elecciones gubernamentales, todo político debe encuadrarse en algún populismo ¿acaso no debería ser el subdesarrollo el lugar que debemos ocupar? Es conveniente adoptar esta postura como una forma de lograr cierta tranquilidad de ánimo, pero no debe significar una renuncia definitiva a mayores aspiraciones.

El populismo no se detiene en la conquista de la mentalidad predominante en la población y de la mayor parte de los espacios políticos, sino que avanza sobre las leyes vigentes e incluso sobre la Constitución. En la Argentina, en lugar de tratar de adaptarnos a la Constitución de 1853, la que permitió que el país llegara a un puesto destacado en el orden de las naciones, se procedió a desconocerla y a enmendarla con artículos que apuntaban al establecimiento de una “demagogia constitucional”.

En las sucesivas reformas, no hubo necesidad de grandes esfuerzos para llegar a acuerdos entre los principales partidos políticos, ya que la demagogia ha pasado a ser la actitud predominante en todos ellos. Es propio de países subdesarrollados que los políticos tengan como principal objetivo figurar en el futuro en los libros de historia. Poco les importa su país ya que tampoco les interesan las penurias y las dificultades que en distinta medida padece la población. De ahí que la reforma constitucional prioritaria sea la que admite la posibilidad de futuras reelecciones.

Incluso un gobierno militar, el que derroca a Perón, incluye al Artículo 14 bis, anexado a la Constitución en 1957. La redacción del artículo fue realizada por el político radical Crisólogo Larralde. Consta de tres partes que contemplan los derechos del trabajador, de los gremios y de todos los habitantes. Entre los últimos derechos aparece “el acceso a una vivienda digna”, que es interpretado generalmente como un derecho que tiene el ciudadano a recibir desde el Estado una solución habitacional sin tener deberes como contrapartida a ese derecho. En lugar de ser el propio individuo el que deberá trabajar para acceder a su propia vivienda, ha de ser el resto de la sociedad, a través del Estado, quien deberá proveérsela.

Mientras que el artículo 14 de la Constitución menciona distintos derechos de los hombres (a trabajar, a peticionar, a moverse, a publicar sus ideas, a asociarse, etc.) contemplando implícitamente los deberes correspondientes, el anexo de 1957 implicaba derechos sin deberes asociados, o bien deberes del Estado (o del resto de la sociedad) para con cada individuo. Carlos Mira escribe al respecto:

“Debe haber pocos textos tan contradictorios, representativos de estilos de vida y de modelos de país tan diferentes conviviendo en una misma Constitución como estos dos artículos consecutivos de la nuestra”.

“La misma redacción remite a mundos completamente opuestos, uno con el señorío del individuo y el otro con el de la masa. Si bien se advierte, el articulo 14 consagra una serie de derechos que llamaremos derechos «de». El artículo 14 bis «asegura» una serie de derechos que llamaremos derechos «a»”.

“La pretensión de garantizar los derechos a los que se refiere el nuevo artículo 14 propicia la automática necesidad de un «proveedor»”.

Entre los beneficios otorgados por el artículo 14 bis aparecen las “jubilaciones y pensiones móviles”, que se ajustarían en proporción a los aumentos del trabajador en actividad. Este objetivo, indiscutible y beneficioso para todos, no resulta fácil de cumplir si no existe el medio económico que lo sustente. Incluso parte del sector opositor al gobierno kirchnerista propuso su generalizada aplicación, pero si el dinero iba a surgir de una emisión monetaria excesiva, los efectos de la inflación correspondiente habrían de producir una seria crisis económica y social. Carlos Mira escribió:

“Vamos a ponernos de acuerdo en dos cosas: 1) Muchos de estos derechos son ideales extraordinarios. 2) Nunca estuvieron menos vigentes que desde que están escritos en la Constitución”.

Así como en épocas pasadas se hacía una división entre civilización y barbarie, algunos autores liberales hacen una división entre liberalismo (democracia plena + economía de mercado) y populismo (peronismo + radicalismo + militarismo), de donde deducen que el descenso argentino del desarrollo al subdesarrollo se debería a la transición desde el liberalismo a las distintas formas de populismo que le siguieron.

Otro de los cambios de la Constitución, que permite legalmente establecer tiranías, es la posibilidad de absorción, por parte del Poder Ejecutivo, tanto del Poder Legislativo como del Judicial. Carlos Mira escribió:

“Si el mandamás (con el apoyo de la masa) ha logrado invadir la esfera de poderes que teóricamente nacieron para controlarlo, imaginen ustedes hasta donde ha estirado las atribuciones propias”.

“En el caso argentino, ya vimos como la reforma de 1994 dio recepción constitucional a los decretos de necesidad y urgencia (DNU). Ese engendro ha permitido literalmente gobernar sin Congreso. Kirchner ha emitido más DNU que todos los dictados por Menem, De la Rúa y Duhalde combinados. A través de una serie de organizaciones para-policiales como la Secretaria de Comercio, la ONCCA y la AFIP, dedica parte de su tiempo a extorsionar al sector privado para alinearlo con sus necesidades, y con lo que desde su atril mayor ha dispuesto” (De “La idolatría del Estado”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).

Cuando José Ortega y Gasset describe al hombre masa, lo caracteriza como un “niño mimado”, siendo el populismo un fenómeno enteramente compatible con el fenómeno social denominado precisamente “la rebelión de las masas”. Carlos Mira agrega:

“Ese niño mimado llega a este mundo sólo con derechos, sin ninguna obligación. Su vida sólo debe decidir en qué modalidad del reclamo se siente más cómodo. Pero su característica esencial no cambia: se trata de un hombre despreocupado en lo absoluto por siquiera averiguar lo que necesita hacer y los mecanismos que es necesario poner en movimiento para satisfacer sus deseos de niño malcriado. A él sólo le interesa el resultado”.

“Como tal, se trata de la materia prima ideal para el demagogo populista. Desde su tribuna lo arengará para que crea que su derecho a exigir no tiene límites y que él será el Mesías que, «redistribuyendo la riqueza», le dará en la boca lo que espera. Su método será el enfrentamiento y la división, su herramienta la envidia, y su arma, el poder. A esta altura, el pobre hombre-masa hace rato que habrá dejado de tener capacidad analítica y el pensamiento crítico para descubrir a su estafador y dejarlo expuesto. Este habrá hecho ya lo suficiente para mantenerlo en la incultura y la vulgaridad, los vehículos que le asegurarán el grito dócil que endulce sus oídos y refuerce su despotismo”.

Gran parte de la historia argentina del siglo XX constituye un capitulo más de la rebelión de las masas, pero principalmente del hombre-masa ubicado en el poder y a cargo de las decisiones del Estado. José Ortega y Gasset escribe:

“Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado, es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario