jueves, 9 de abril de 2015

La política de la confrontación

En la política, como en todas las actividades humanas, existe una forma óptima de realización y también una forma pésima. Entre ambos extremos se mueve toda la actividad política real. La determinación de ambos extremos no sólo resulta de interés para el analista político, sino también para el ciudadano común por cuanto le ha de resultar conveniente conocer en qué dirección ideológica se dirige el gobernante de turno o incluso un partido político en particular.

Por lo general, resulta menos dificultoso entender las intenciones de quien construye que de quien destruye, quizás ello se deba a que existen unas pocas formas para construir y diversas formas para destruir. De ahí que resulta más fácil describir la orientación óptima para, posteriormente, considerar lo opuesto para llegar a determinar la forma pésima, con sus distintas variantes.

La política debe basarse en una ideología explícita. En este caso, a la palabra ideología se la ha asociado a la “ciencia de las ideas”; el estudio de las ideas compatibles con la realidad. La ciencia política, además, ha de ser compatible con el resto de las ciencias sociales (economía, psicología social, sociología, etc.). De ahí que la ideología que caracteriza a cierta tendencia política debe ser compatible con la realidad y ha de fundamentarse en las ciencias sociales, o bien en una filosofía o en una religión que sean compatibles con la realidad.

Una ideología bien fundamentada ha de ser compatible con la ética natural, y ha de contemplar la idea de igualdad en forma preponderante. El origen de la civilización parte de dicha idea, implicando que una persona es tan importante como otra. Ello nos sugiere que debemos evitar perjudicar a los demás por cuanto tal perjuicio hará surgir en nuestra conciencia cierto malestar difícil de sobrellevar. Si, por el contrario, nos hemos sentido superiores al perjudicado, habiéndonos adjudicado el injusto derecho de considerar nuestro interés personal por encima de la dignidad y el honor de un semejante, estaremos actuando en base a la desigualdad y a la injusticia. De ahí la importancia y la generalidad del amor al prójimo, que es la sugerencia igualitaria por excelencia, ya que nos sugiere compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes como si fuesen propias.

También la idea de igualdad resulta esencial en la democracia. Marvin Zetterbaum escribió: “El pensamiento político de Tocqueville se origina en el reconocimiento y la aceptación del triunfo inevitable del principio de igualdad. No sólo el curso de los últimos 800 años ha tenido un propósito (conducente al triunfo de la igualdad) sino que, asimismo, analizando la historia y los hechos del hombre, Tocqueville ve una expresión de la voluntad divina. El desarrollo de la igualdad de condiciones en un hecho providencial” (De “Historia de la Filosofía Política”-Leo Strauss y Joseph Cropsey (Comp.)-Fondo de Cultura Económica-México 1996).

La política pésima trata de adoptar el rostro igualitario de la política óptima, aunque sólo consiga cierta igualdad entre los súbditos del líder, quien, paralelamente, promueve la discriminación racial, religiosa, de clase social, ética o de algún otro tipo. Y el síntoma de la existencia de tal discriminación es justamente la política de la confrontación. Este tipo de política tiene como objetivo la conquista del poder, es decir, del poder político, económico, ideológico, sobre la mayor cantidad posible de personas. Apunta en forma opuesta a la sugerencia bíblica que promueve al hombre libre, es decir, libre del gobierno de otros hombres, cuando acepta el gobierno de Dios a través de las leyes naturales.

La sociedad Argentina actual padece los intentos a ser dividida en dos sectores por una iniciativa surgida de la propia Presidencia de la Nación, algo que no se veía desde las épocas de Perón. Incluso se afirma que las actuales autoridades tienen apoyo ideológico de algunos especialistas en política de la confrontación. En la Revista Noticias aparece lo siguiente: “Ernesto Laclau, el ideólogo de la Argentina dividida. Es argentino e inglés. Agita la reelección eterna de CFK, que es fan de sus teorías amigo-enemigo”. “Laclau le inoculó al kirchnerismo su teoría del conflicto permanente. Su elogio del populismo es celebrado por el Gobierno” (De “Noticias”-Editorial Perfil SA-03/Nov/2012).

Por lo general, los tiranos que ambicionan el poder ilimitado en el tiempo y en el espacio, tratan de inmoralizarse en la historia de sus respectivos países. Olvidan que en la memoria colectiva de los pueblos existe también el “basurero de la historia” en donde van a parar los recuerdos que surgen de los pueblos que tuvieron que padecer las extravagancias de líderes de dudosa ética social. Desde tiempos remotos han aparecido tiranos que degradaron a sus pueblos promoviendo conflictos y luchas internas. Tales personajes pocas veces son advertidos acerca del papel ridículo que encarnan y que ha sido descripto en los tratados de política, como el realizado por Aristóteles de Estagira unos 2.400 años atrás. Aristóteles escribió:

“Ya hemos indicado algunos de los medios que la tiranía emplea para conservar su poder hasta donde es posible. Reprimir toda superioridad que en torno suyo se levante; deshacerse de los hombres de corazón; prohibir las comidas en común y las asociaciones; ahogar la instrucción y todo lo que pueda aumentar la cultura; es decir, impedir todo lo que hace que se tenga valor y confianza en sí mismo; poner obstáculos a los pasatiempos y a todas las reuniones que proporcionan distracción al público, y hacer lo posible para que los súbditos permanezcan sin conocerse los unos a los otros, porque las relaciones entre los individuos dan lugar a que nazca entre ellos una mutua confianza. Además, saber los menores movimientos de los ciudadanos, y obligarles en cierta manera a que no salgan de las puertas de la ciudad, para estar siempre al corriente de lo que hacen, y acostumbrarles, mediante esta continua esclavitud, a la bajeza y a la pusilanimidad; tales son los medios puestos en práctica entre los persas y entre los bárbaros, medios tiránicos que tienden todos al mismo fin”.

“Pero he aquí otros: saber todo lo que dicen y todo lo que hacen los súbditos; tener espías semejantes a las mujeres que en Siracusa se llaman delatoras; enviar, como Hierón, gente que se entere de todo en las sociedades y en las reuniones porque es uno menos franco cuando se teme el espionaje, y si se habla, todo se sabe; sembrar la discordia y la calumnia entre los ciudadanos; poner en pugna unos amigos con otros, e irritar al pueblo contra las clases altas, que se procura tener desunidas”.

“A todos estos medios se une otro procedimiento de la tiranía, que es el empobrecer a los súbditos, para que por una parte no le cueste nada sostener su guardia, y por otra, ocupados aquéllos en procurarse los medios diarios de subsistencia, no tengan tiempo para conspirar”.

“Así como el reinado se conserva apoyándose en los amigos, la tiranía no se sostiene sino desconfiando perpetuamente de ellos, porque sabe muy bien que si todos los súbditos quieren derrocar al tirano, sus amigos son los que, sobre todo, están en posición de hacerlo”.

“El pueblo también a veces hace de monarca; y por esto el adulador merece una alta estimación, lo mismo de la multitud que del tirano. Al lado del pueblo se encuentra el demagogo, que es para él un verdadero adulador; al lado del tirano se encuentran viles cortesanos que no hacen otra cosa que adular perpetuamente. Y así, la tiranía sólo quiere a los malvados, precisamente porque gusta de la adulación, y no hay corazón libre que se preste a esa bajeza. El hombre de bien sabe amar, pero no adula. Además, los malos son útiles para llevar a cabo proyectos perversos”.

“Lo propio del tirano es rechazar a todo el que tenga un alma altiva y libre, porque cree que él es el único capaz de tener estas altas cualidades; y el brillo que cerca de él producirían la magnanimidad y la independencia de otro cualquiera anonadaría esta superioridad de señor que la tiranía reivindica para sí sola. El tirano aborrece estas nobles naturalezas, que considera atentatorias a su poder”.

“Todas estas maniobras y otras del mismo género, que la tiranía emplea para sostenerse, son profundamente perversas. En resumen, se las puede clasificar desde tres puntos de vista principales, que son los fines permanentes de la tiranía:

a) Primero: el abatimiento moral de los súbditos, porque las almas envilecidas no piensan nunca en conspirar.
b) Segundo: la desconfianza de unos ciudadanos respecto de otros, porque no se puede derrocar la tiranía mientras los ciudadanos no estén bastante unidos para poder concertarse; y así es que el tirano persigue a los hombres de bien como enemigos directos de su poder, no sólo porque éstos rechazan todo despotismo como degradante, sino porque tienen fe en sí mismos y obtienen la confianza de los demás, y además son incapaces de hacer traición ni a sí mismos ni a nadie.
c) Tercero: el tercer fin que se propone la tiranía es la extenuación y el empobrecimiento de los súbditos; porque no se emprende ninguna cosa imposible, y por consiguiente el derrocar a la tiranía, cuando no hay medios de hacerla.

“Por tanto, todas las precauciones del tirano pueden clasificarse en tres grupos, como acabamos de indicar, pudiendo decirse que todos sus medios de salvación se agrupan alrededor de estas tres bases: producir la desconfianza entre los ciudadanos, debilitarles y degradarlos moralmente” (Extractos de “La Política”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1985).

Puede decirse que la división social promovida por el kirchnerismo, como antes lo fuera la promovida por el peronismo, no es tanto una división de clases sociales como una división ética. Mientras que todo individuo muestra una ética individual, o familiar, que puede resultar intachable, también muestra una ética de grupos, o ética social, que puede no ser la adecuada. De ahí que, mientras que un sector rechaza ser denigrado por las autoridades estatales al desear imponerle su participación en alguno de los bandos en que pretenden dividir a la sociedad, el sector leal encuentra en el odio sectorial la fuerza psicológica necesaria para motivar sus días y su vida.

La persona decente se opone a que le mientan sistemáticamente pretendiendo destruir la unidad esencial que debe reinar en todo país civilizado. La invasión desvergonzada de los medios masivos oficiales de comunicación resulta ser una estrategia similar a la empleada por los distintos tipos de totalitarismo, especialmente los que surgieron en el siglo XX. De ahí que el sector que rechaza la mentira sienta temor por lo pueda ocasionarle en el futuro un gobierno de tales características, tanto respecto a su seguridad económica como a su seguridad personal y familiar. La venganza hacia los opositores resulta ser un método de apaciguamiento empleado por quienes buscan inmortalizarse en el poder, por lo que se presenta un futuro incierto ante la persistente siembra generalizada del odio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario