viernes, 3 de abril de 2015

Inflación y totalitarismo

El populismo es una de las vías que conducen hacia el totalitarismo (todo en el Estado). Junto al fascismo, nazismo y comunismo, adopta distintas variantes según el país y la época, aunque mantiene algunos rasgos comunes con los demás sistemas antidemocráticos. Existe, además, una estrecha relación entre populismo e inflación, ya que la impresión excesiva de billetes, como también el otorgamiento de créditos a tasas inferiores a las del mercado, factores que producen el conocido efecto del aumento de los precios, responden por lo general a una forma de engaño, por parte de los gobernantes, hacia el pueblo. Mediante tal engaño no se busca, evidentemente, el beneficio de la ciudadanía, sino el éxito aparente del político populista ya que, a la larga, el proceso inflacionario resulta perjudicial para la economía. Quienes afirman lo contrario, deberían preguntarse por qué tal método no ha sido adoptado universalmente por parte de los distintos países siendo que se puede lograr tan fácilmente imprimiendo billetes.

El proceso inflacionario consiste de dos etapas con efectos opuestos. En la primera, al haber suficiente dinero disponible, se produce un crecimiento en el consumo, y también de la producción, mientras que la segunda etapa consiste en una crisis económica generalizada. Siempre se recuerda a los gobiernos extensos por tener “una muy buena primera presidencia”, seguida de una “segunda presidencia no tan buena”, cuyos errores son generalmente atribuidos a los “enemigos de la patria” que tratan de impedir la redistribución de la riqueza, u otro tipo similar de justificación. No se tiene presente que ello se debe generalmente a las dos etapas que constituyen el proceso inflacionario.

El líder populista tiene objetivos para el muy corto plazo identificándose con los sectores populares que lo apoyarán electoralmente. De ahí que este proceso se parece un tanto a las enfermedades que no presentan síntomas, o que son poco evidentes, y que favorecen los desarreglos alimentarios que en el largo plazo pueden resultar fatales. La emisión excesiva de moneda puede, en el corto plazo, tener efectos casi milagrosos (los que quedan en la mente de la mayoría) y que son atribuidos a la bondad del gobernante. Podemos mencionar una regla que nos permitirá acordarnos de la inflación, conocida como el “suplicio chino de Pal: que empieza bien pero termina mal”.

Al respecto, G. A. Pastor escribe: “El periodo durante el cual la inflación rinde es el del comienzo. En pocos años el alza de los precios puede aliviar el presupuesto del Estado en tres cuartas partes del peso de sus deudas bajas. Es allí donde debería detenerse. Pero muy pocos son los que se detienen en ese instante, porque la inflación tiene sus propias exigencias y su evolución demanda cada vez más billetes y más emisión”.

Para colmo de males, el líder populista denigra todo lo que se opone a sus planteos inflacionarios, considerando que las palabras “liberalismo”, “economía de mercado”, “capitalismo” y otras de tenor similar, no deberían ser pronunciadas públicamente por una persona decente. Esto nos trae a la mente el caso de las garrapatas, pequeño animal que anestesia a su víctima para poder cumplir mejor su misión de extraerle la sangre sin que ésta pueda defenderse.

El estimulo del consumo, por parte del Estado, especialmente en épocas posteriores a una crisis severa, sigue el planteamiento sugerido por John M. Keynes, respecto del cual G. A. Pastor escribe: “J. M. Keynes pensaba en términos moderados e imaginaba una manipulación monetaria, largamente calculada, prudente, tipo Banco de Inglaterra ¡No podía imaginar para qué iba a servir su descubrimiento desde hace un cuarto de siglo! En la práctica ha sido comprendida e interpretada como una exigencia de la ciencia económica de sacrificar todo a la ocupación total, teniendo que arrojar por la borda todas las reglas tradicionales de prudencia en la política monetaria al menor indicio de desocupación”.

“El argumento tomado de Keynes se ha desarrollado en dos direcciones: la ocupación total y la política anticíclica. El gobierno inflacionista deberá, pues, en todo caso, citar naturalmente el nombre de Keynes, pero no le aconsejo leerlo, porque con ello correría el riesgo de ver perturbadas sus ideas. El reducido análisis que precede le bastará. El ministro se contentará con afirmar que Keynes ha dicho:

a) Que es preciso hacer toda la inflación necesaria para mantener la ocupación total
b) Que también hay que hacer inflación por medio de grandes obras públicas para combatir las crisis económicas y prevenirlas

“Así presentados y utilizados los dos argumentos postulan implícitamente que la fabricación de papel moneda tiene efectivamente como resultado el mantenimiento de la ocupación total y la prevención de las crisis económicas. Concepción infantil cuya falsedad han demostrado tantas inflaciones que condujeron a la desocupación y la miseria”. “Sin embargo, los dos argumentos se han convertido ahora en las armas más eficaces de los inflacionistas y de los dirigistas. No sólo conducen a la emisión, sino también, lo que es más grave, confían al Estado una función específica en la vida económica, función que sólo él puede ejecutar y que le da el derecho de imponer su voluntad por todos los medios posibles. Es, pues, la argumentación ideal de los dictadores tanto para comenzar una inflación como para proseguirla” (De “La inflación al alcance de todos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1958).

Otro aspecto interesante lo constituye el hecho de que en la ecuación matemática propuesta por Keynes, y que permite calcular el nivel de precios, no figura M (la masa monetaria), lo que implicaría que el nivel de precios no depende de dicha variable monetaria. Al respecto Roy Harrod escribe: “Esto no significa que Keynes pensara que la oferta monetaria no tiene ningún efecto sobre el nivel de precios; pero pensaba Keynes que sus efectos eran dudosos y que debían manifestarse a través de su efecto sobre uno u otro de los términos de sus ecuaciones fundamentales” (De “El dinero”-Ediciones Ariel SA-Barcelona 1972).

En el planteamiento keynesiano se considera que la abstención a la inversión, por parte del sector más rico de la sociedad, debe ser suplantado por el Estado. G. A Pastor escribe al respecto: “En el modelo clásico no hay lugar para una superproducción general porque los productos se venden contra productos y el total del costo de las mercaderías está forzosamente representado por una igual capacidad de compra en manos de los consumidores-productores”.

“La objeción de que los ricos no consumen todas sus rentas, sino que las economizan, desaparece también porque el ahorro, en último análisis, no es otra cosa que una inversión en bienes de producción y no en bienes de consumo, ya sea el ahorrista mismo quien invierta, ya sea que confíe a otro su dinero para que éste lo invierta”.

“Según Keynes, existe una tercera posición que ha pasado inadvertida: la abstención completa del capitalista que no consume ni invierte, sino que retiene el dinero líquido, a lo que él llama preferencia de liquidez. La justificación económica de esta actitud es la esperanza de mejores condiciones posteriores para sus inversiones o de precios más bajos para sus compras de consumición”. “Pero, dice Keynes entonces, esa posibilidad prueba que la moneda es algo más que un simple intermediario; que es, en ciertas circunstancias, un factor positivo de la evolución económica y que, por consiguiente, es perfectamente lógico que el Estado, en caso de crisis, intervenga para reemplazar la abstención de las inversiones privadas por inversiones del Estado”.

En cuanto a la relación entre la inflación y la tiranía, el G. A. Pastor agrega: “La inflación debe recomendarse a los aprendices de dictadores como el medio más seguro para lograr sus fines. Si frecuentemente sus regímenes fueron producto de la inflación que creó las condiciones favorables para su actuación, frecuentemente también fueron ellos mismos quienes provocaron la inflación para realizar sus ambiciones. Un ejemplo que algún día será clásico, es el de la República Argentina, donde el aspirante a dictador Perón hizo una inflación sistemática en un país abundantemente rico para llegar a establecer el control del Estado sobre la economía del país”. “La inflación provee al futuro dictador del dinero que necesita, justifica todas las medidas tiránicas y determina la ruina de las clases medias, que son esencialmente contrarias al régimen dictatorial. El totalitarismo político está tan evidentemente ligado a la inflación, que a menudo resulta difícil establecer cuál de esos factores ha producido al otro”.

“El ministro de finanzas que hace la inflación política deberá, en consecuencia, multiplicar y reforzar todos los controles. Hay que imponer inmediatamente el control de cambios integral, establecer un margen entre los tipos comprador y vendedor, con tasas múltiples, lo que provocará la organización del mercado negro, y por tanto su represión, y al mismo tiempo producirá recursos considerables”.

“Los pueblos más atados a sus instituciones democráticas se deciden con mucha facilidad a arrojar todos los principios por la borda y a someterse a las medidas de policía más arbitrarias, en cuanto se les dice que se trata de «salvar la moneda nacional». La defensa de una moneda, arruinada por el mismo gobierno que pretende defenderla, servirá, pues, de pretexto y justificación para todas las medidas políticas enderezadas a organizar el totalitarismo dictatorial: control integral de cambios, interdicción para comerciar en oro y en divisas, así como para poseerlos, riguroso control de los precios, interdicción de exportar los capitales, los billetes de banco, el oro; otros tantos medios de establecer un régimen tiránico”.

“Recomienda especialmente el control de los precios. A medida que la inflación empuja a la moneda hacia su depreciación y que los precios suben, los comerciantes buscan la manera de eludir sus consecuencias, tratando de aumentar sus precios de venta para poder, por lo menos, reponer lo que venden. Al mantener los precios oficiales muy lejos de su valor real, el gobierno transforma a todos los comerciantes en delincuentes y a sus clientes en cómplices. Ello permite desarrollar una enorme policía económica que constituye uno de los más eficaces medios de presión de una dictadura”.

“La inflación política debe, pues, al revés de la inflación importada, conducir a la reglamentación más estricta y extensa posible; hacer la inflación con el máximo de los medios y aprovechar de ellos para excitar a las masas contra los especuladores, los intermediarios, los financistas internacionales, etc.”.

“El parentesco entre la inflación y la tiranía es tan estrecho, que ningún país inflacionista ha escapado a las medidas tiránicas, ni siquiera Inglaterra. En Francia, el régimen político ha sido sacudido por ese fenómeno, y la libertad tradicional ha desparecido desde la introducción de las medidas de policía económica y la actividad de los controles”

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