jueves, 9 de abril de 2015

Cacerolazos e ideología

Luego de las masivas protestas de un importante sector de la población ante el temor a la profundización de la política totalitaria, se han omitido algunos aspectos que es necesario resaltar. Así, no faltan quienes afirman que, ante la ideología totalitaria que el gobierno impulsa en varios frentes, la población debe responder realizando cacerolazos y difundiendo breves slogan, y no tanto retransmitiendo escritos algo extensos que pocos leen por cuanto el sector que protesta no dispone de suficiente tiempo ni de paciencia para su lectura. Incluso suponen que se puede combatir la ideología totalitaria adhiriendo, con un simple clic, en alguna de las redes sociales de Internet, a toda expresión opositora para llegar a saber que cada día el número de “indignados” ha crecido bastante.

Otros piensan que no conviene leer escritos de extraños por cuanto su lectura puede ocasionar una perturbación en el pensamiento original, como pensaba Auguste Comte. De ahí que cada uno tiene que ir adquiriendo conocimientos en forma directa, ignorando todo el trabajo que desde tiempo atrás fue realizado por varios especialistas. Resulta evidente que, si se lograran resultados positivos a través de ese medio tan simple, deberíamos maravillarnos e incluso recomendarlo a otros países con problemas. Si casi no hace falta describir, por ejemplo, la forma en que se genera la inflación y los efectos que en el largo plazo produce, ya que “todo el mundo lo sabe”, habremos dado un gran paso adelante, aunque la realidad parece no ser tan simple.

Por el contrario, debemos tener presente que las ideas importantes, que surgen de la mente creativa de algunos pensadores, deben difundirse a través de emisores secundarios que, al igual que los docentes, resultarán ser los intermediarios entre la creación del conocimiento y el ciudadano común. Tal actividad docente debería predominar ampliamente sobre la simple adhesión mayoritaria.

Como muchos autores señalan, existe una mentalidad generalizada de la sociedad, predominante sobre otras posibles, que prácticamente determina el rumbo que ha de seguir un país. De ahí que resulta oportuno describirla para hacernos conscientes de ella y, quizás así, en poco tiempo podremos, al menos, comenzar a revertir la tendencia decadente por la que descendemos cada día. Marcelo E. Aftalión, y otros, escriben:

“La sociedad argentina tiene una serie de rasgos que la caracterizan. Como enseña la psicología social, ello se refleja en la personalidad básica de sus habitantes, en sus modalidades caracterológicas fundamentales (el «ser nacional»). En efecto, universalmente existe una suerte de compatibilización entre estructura social y personalidad. Cuando por alguna razón no es así, alguna de las dos, o ambas, hacen crisis”.

“Los grandes rasgos de la sociedad argentina tienen que ver con el individualismo, la emotividad (en la interacción social tendiente a la persecución de fines, cuentan más los afectos subjetivos que la «racionalidad objetiva», en la terminología de Herbert Simon), el providencialismo (¡Dios proveerá!), el predominio de lo que se es (por herencia) sobre lo que se hace con el esfuerzo cotidiano de toda una vida (status adscripto y status adquirido, en la terminología sociológica). Las consecuencias han sido un bajo nivel de disciplina social y, por consiguiente, de eficiencia colectiva” (De “¿Qué nos pasa a los argentinos?”-M.E.Aftalión, M.J.Mora y Araujo, F.A.Noguera-Sudamericana/Planeta SA-Bs.As. 1985).

Entre las afirmaciones más aceptadas está aquella que postula la “bondad natural de los argentinos”, capaces de beneficiar al prójimo incluso ignorando el cumplimento de normas básicas de la ética elemental. De ahí que, si las cosas andan mal, ello se deberá, indudablemente, a conspiraciones del exterior, promovidas por las famosas “corporaciones” que impiden que retomemos el camino del desarrollo (aunque esas mismas corporaciones no “atacan” de la misma manera a otros países con similares características que las de la Argentina). Los citados autores agregan: “Los argentinos solemos tener la costumbre de tratar de descubrir a quién se le pueden echar las culpas de nuestras desgracias. Con ello procuramos paliar nuestra insatisfacción y nuestras frustraciones. Pero la constante búsqueda de chivos emisarios del pasado no nos deja mirar hacia delante. Corremos el riesgo de convertirnos en estatuas de sal”.

Como ejemplo de la mentalidad que nos caracteriza podemos citar el caso en que algunos jubilados, cuando van al banco a cobrar sus haberes mensuales, extraen dos o tres números para el turno respectivo. Esto lo hacen para entregar más tarde los números sobrantes a quienes recién llegan. De esa manera, suponen que han realizado la “diaria obra de bien”, aunque pocas veces piensan que están perjudicando a quienes llevan algunas horas en espera y que deben resignarse a tener que esperar adicionalmente la atención de otros que llegaron bastante más tarde que ellos.

Los políticos, al tener una mentalidad similar, tratan de hacer “obras de bien” a favor de los pobres, no tanto en forma cotidiana, sino buscando resultados permanentes. De ahí que optan por permitir la impresión de papel moneda en exceso para “distribuir las riquezas”, aunque la inflación posterior hará que en realidad sólo se logre empeorar las cosas. Sin embargo, tal mentalidad se ha afianzado de tal manera que incluso han desarrollado argumentaciones en contra de quienes se oponen a tal distribución. Al respecto debe decirse que, si se considera que la emisión monetaria no produce inflación, entonces debería el Estado emitir mayor cantidad de billetes aún para no desaprovechar la oportunidad de “enriquecer” a la población mediante un procedimiento tan simple.

Desde el gobierno se dice, respecto de quienes participan de los cacerolazos, que protestan porque “se oponen a que el gobierno ayude a los más necesitados”, aunque en realidad se reclama porque no se quiere que se siga perjudicando seriamente a todos los sectores reduciendo sus haberes con una sostenida inflación; lo que resulta ser algo bastante distinto. Si se considera que la oposición está constituida por personas tan malas que son capaces hasta de oponerse a la ayuda gubernamental a los más necesitados, entonces se está induciendo a una abrupta ruptura entre sectores de la sociedad; es decir, entre los que quieren ayudar a los pobres (los que se consideran éticamente superiores) y los que se oponen por pura maldad (a quienes se considera éticamente inferiores). Este último sector, al sentirse discriminado, adoptará una postura adversa a los “éticamente superiores”.

Desde la propia presidencia se dijo que “protestan porque ya no pueden hacer trabajar a los empleados por dos pesos”, aludiendo al sector “éticamente inferior”, calificándolo como un explotador laboral. Recordemos que toda generalización de atributos individuales hacia todos los integrantes de un sector, constituye una forma de discriminación social. Este método discriminatorio es puesto en vigencia justamente por quienes todo el tiempo hablan de “inclusión social”. Al atacarse el honor y la dignidad del ciudadano de clase media, se ataca a una clase caracterizada por gente que tiene valores que exceden lo estrictamente material; de ahí las reacciones que estos ataques hacen surgir. Agustín Álvarez escribió:

“El encono de los partidos, como en los individuos, depende de la gravedad de las ofensas, y la gravedad de las ofensas depende de la manera cómo se las considere”. “Al analizar de paso la verdad, la conciencia, la creencia, la fe y el entusiasmo, hemos insinuado cómo el entusiasmo depende de la profundidad de la fe, cómo la intensidad de la fe depende del absolutismo de la verdad, cómo el absolutismo de la verdad depende de la supresión de los términos medios y de los matices por la ignorancia, la inexperiencia y la ofuscación, y del raciocinio de razón pura en pleno ideal fantástico” (De “South América”-Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso-Buenos Aires 1933).

Cuando el Estado ineficiente se hace muy grande, absorbe gran parte de los recursos de la sociedad. Entonces hace falta pedir préstamos o bien recurrir a la emisión monetaria excesiva, siendo ésta la causa inicial del proceso inflacionario. Luego, con una inflación anual del 25%, el poder adquisitivo de un sueldo se reduce a la mitad en un periodo algo inferior a los 3 años, si bien los ajustes retardan ese periodo. De ahí la situación de aproximadamente el 70% de los jubilados, que reciben una mensualidad cercana a los $ 1.800. Si tenemos presente que 1 kg de pan cuesta unos $ 10, tal remuneración equivale a unos 180 kg de pan, ya que 180 kg x 10 $/kg = $ 1.800.

A pesar de tan reducido sueldo, con el dinero de los jubilados (ANSES), el gobierno “regaló” unas 3.000.000 de computadoras a los alumnos secundarios de todo el país. Luego, si uno se opone a ese tipo de “distribución”, es mirado como alguien que está en contra de la educación, de la igualdad de oportunidades, etc. Además, con el dinero de los jubilados se otorgan subsidios por maternidad a parejas jóvenes, quienes deberían trabajar o recurrir a sus propios medios para mejorar su situación. Incluso el jubilado que consigue un trabajo remunerado, pierde momentáneamente sus haberes jubilatorios, por lo que el Estado no le da alternativas legales para una supervivencia digna.

Otra de las formas de “ayudar” a los pobres es a través del “seguro de desempleo”, principalmente consistente en puestos de trabajo estatales que implican esencialmente cumplir horarios y entorpecer toda actividad productiva del sector privado. De ahí que una parte importante de los recursos del Estado se destine a la manutención de los que viven a costa de los que trabajan en serio. El presidente uruguayo Pepe Mujica habla de su pueblo con palabras que podrían muy bien ser asignadas a los argentinos:

“Si habría que definir a los orientales por una característica, es por querer ser funcionarios públicos…tienen vocación de empleado público”. “No me vengan con la fácil, para que después la gente te mantenga, no. Porque una cosa es la explotación del hombre por el hombre…..y otra cosa usar al Estado para explotar a la población. Después les cobro impuestos a los giles que están en la actividad privada, para mantener a los zánganos del Estado. Eso no es socialismo” (Citado en “La República que perdimos”-Martin Hary-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

El camino del totalitarismo (todo en el Estado) es el menos indicado para resolver los problemas de la Argentina. Ello se debe, entre otros aspectos, a la división social que promueve toda ideología totalitaria. En épocas de Perón se hablaba de “ellos” y de “nosotros”. Los primeros constituían el sector excluido al que el resto debería odiar por sugerencia presidencial. Incluso el tirano llegó a amenazar, como muchas veces lo hizo, diciendo: “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”.

Actualmente, y a través de los medios masivos de comunicación estatales y oficialistas, se difunde una ideología bastante similar a la que circulaba por otros medios en los años 70. Quienes la aceptaron plenamente llegaron a cometer unos 20.000 atentados contra la propiedad, unos 1.700 secuestros extorsivos y unos 1.500 asesinatos. Pareciera que se quiere volver a esas épocas.

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